El cambio climático podría transformar, a medio plazo, el paisaje del bosque mediterráneo empezando por las especies más sensibles. Un estudio liderado por Juan Carlos Linares, investigador de la Universidad Pablo de Olavide, analiza la capacidad de adaptación de los árboles a las nuevas condiciones ambientales, como el calor o la humedad, derivadas del cambio global. Los resultados del trabajo, portada de la revista Tree Physiology, revelan que la rapidez a la que se están produciendo las variaciones climáticas limita las posibilidades de respuesta de los árboles, haciendo que las especies más sensibles vean cada vez más reducida su área de distribución y colocándolas al borde de la desaparición.
Estudios paleoecológicos han sido capaces de recrear el paisaje vegetal a lo largo de la historia, viendo como especies que en un momento fueron muy frecuentes en una zona, con el tiempo desaparecían. Los cambios en las condiciones ambientales, tales como las glaciaciones, han obligado a flora y fauna a generar mecanismos de adaptación para sobrevivir. En los árboles, una de estas medidas han sido los cambios fisiológicos, como la ralentización del crecimiento o un uso distinto del agua y los nutrientes. Otra de las opciones ha sido la movilidad geográfica, ya sea desplazándose de norte a sur, por ejemplo, o ascendiendo por la ladera de la montaña en busca de condiciones más óptimas.
En épocas pasadas se han producido cambios climáticos mayores que el que estamos experimentando actualmente, obligando a las especies a responder, pero jugaban con un elemento a favor clave: el tiempo, señala Juan Carlos Linares. Si bien antes las condiciones variaban a lo largo de miles de años, actualmente se producen en cuestión de décadas. Esto no da tiempo a las especies para que se adapten y respondan con los mecanismos que evolutivamente han podido desarrollar. A esto hay que añadirle que el paisaje está transformado por el hombre. Los bosques naturales son manchas aisladas entre ciudades, carreteras y campos de cultivo, apunta el responsable del estudio.
En su trabajo, los investigadores han usado las poblaciones actuales del pinsapo (Abies pinsapo) de la Sierra de las Nieves (Granada) como sistema de estudio. Un relicto abeto con una presencia reducida (y restringida) al sur de España y el norte de Marruecos que, por sus particulares características y su sensibilidad a los cambios del entorno, sirve de modelo para el estudio del impacto del cambio climático. En concreto, a través de indicadores como la longitud de los brotes o el estrés hídrico, se ha estudiado la respuesta fisiológica del pinsapo para conocer su nivel de adaptación e intentar predecir si es factible que la población se movilice ladera arriba.
La densidad de individuos de una población suele mostrar una distribución en forma de campana de Gauss. Si tomamos una población en una montaña, el grueso de los ejemplares ocupa las zonas intermedias, una banda altitudinal donde se dan las condiciones más óptimas para su supervivencia, quedando pequeños grupos en la falda, los que acaban muriendo por el incremento de la aridez del clima, y hacia la cima, las que comienzan a expandirse por las nuevas y mejores condiciones ambientales, señala Linares. En su estudio, lo que ha observado es que, sin que existan evidencias de que la especie haya sido capaz de responder a los cambios migrando altitudinalmente, sí ha detectado que las condiciones óptimas del crecimiento de la especie se dan justo en su límite superior de distribución. No hay más montaña por la que seguir escalando.
Las montañas donde actualmente persiste el pinsanpo no son suficientemente altas como para que esta especie relicta, en caso de que realmente pudiera hacerlo, siguiera ascendiendo en busca de mejores condiciones de temperatura y humedad, que ahora se encuentran unos cientos de metros por encima de la cúspide más alta, apunta el investigador. Esto hace que, con el empuje de otras especies más adaptadas a la sequía y a las altas temperaturas, el pinsapo de la Sierra de las Nieves pierda cada vez más miembros que, por la tendencia marcada, es imposible que vuelva a recuperar.
Otro de los hallazgos del artículo está relacionado con el crecimiento. Según diversos estudios, el incremento de la temperatura derivado del cambio climático tendría como efecto positivo que las plantas podrían crecer durante más tiempo. En el caso del pinsapo, los investigadores han descubierto que esto es así pero solo en parte. Las que se encuentran más arriba en la montaña y, por tanto, en mejores condiciones generales, sí presentan una relación lineal entre la cantidad de grados acumulados y el crecimiento. Las que están más abajo, sometidas a un mayor estrés, no responden igual, hasta el punto en el que hay algunas que han reducido drásticamente su crecimiento. Esto evidencia que el calentamiento global puede tener un efecto beneficioso, pero sólo en algunas poblaciones de una misma especie, ya que el estrés hídrico llega antes, concluye Juan Carlos Linares.