Llega a mis manos un periódico local con unas consideraciones de Micaela Navarro, consejera de Igualdad, donde intenta argumentar la necesidad de una nueva ley del aborto haciéndonos ver que la nueva realidad social así lo demanda y se me ocurren estas reflexiones que paso a compartir.
¿Cómo puede transformarse una peligrosa operación de supresión de un hijo con tantas posibles consecuencias nefastas para la salud de la mujer, en un derecho o en un logro civil? Una cosa es combatir el aborto clandestino y otra secundar una subcultura antinatalista abortista. ¿Hacemos como los chinos? ¿Somos demasiados por tanto eliminemos a los más pequeños e indefensos?
Las mujeres que deciden no abortar lo hacen, en muchos casos, con la ayuda de los voluntarios que intentan compartir sus dificultades en necesidades concretas, y sobre todo, en la necesidad de ser escuchadas y contar a alguien sus difíciles historias. La ayuda efectiva a la mujer es compartir, comprender, acompañarlas y ayudarlas a llevar un poco de su peso. No matarles el hijo.
Cualquier país que acepta el aborto no está enseñando a su gente a amar, sino a utilizar cualquier violencia para conseguir lo que quieren. Por tanto, no es eficaz la cultura del contraceptivo (que es en lo que se ha convertido el aborto), sino la cultura de la Vida.
La maldad del aborto es tal que hasta sus defensores protestan por la difusión de imágenes.
Sí ,señora consejera, existen otras realidades, que no por obviarlas dejan de ser menos ciertas: Ninguna mujer vuelve arrepentida de haber acogido la Vida. La mujer que se siente amada no aborta.
Los miles de niños escapados a la eliminación gracias al amor que se ha dado a sus madres no son historias para contar. Es más, también son una realidad. Es más, existen.