Como sigan aplazando las oposiciones de Canal Sur, me voy a convertir en funcionario cuando me salga bigote. Aunque fueron anunciadas en Marzo, tras la aparición de una resolución judicial que invalidaba una convocatoria anterior restringida sólo a circuito interno, los sucesivos (y sospechosos) errores en el proceso de inscripción han llevado a que la próxima notificación de la RTVA se demore hasta el 15 de Septiembre sin que exista todavía fecha para los exámenes. Prepararse las oposiciones de Canal Sur, memorizarse todo ese mamotreto inútil y triste confeccionado para obstaculizar el acceso a las plazas ofertadas, es como esperar a Godot (aunque sin el amparo del talento del dramaturgo inglés y a merced de la parsimonia de Rafael Camacho), aunque en la obra de Beckett había más posibilidades de que surgiera el citado personaje que en la realidad un concurso de empleo público libre y limpio. Estudiar el VIII Convenio Colectivo o la Ley 18/2007 (cuando la cadena no deja de acumular infracciones y expedientes) es como cuando a nuestros padres los mandaban a la mili a aprender a utilizar un fusil y, desde entonces, desde que les extirparon un año y medio de su vida en un cuartel de mala muerte, no han vuelto a pegar un tiro. Fuera aparte de que muchos de los contenidos del temario están desfasados (señores, el cine mudo desapareció hace bastante tiempo y, aunque les parezca mentira, el lenguaje audiovisual ha evolucionado después de los hermanos Lumière, Méliès y Griffith) y que para aspirar a determinados puestos la única titulación requerida es no estar cogido de la cabeza (como el de guionista), me pregunto si es necesario memorizar esos tochos para acabar en un programa donde a una invitada con problemas de obesidad le sacan un plato de carrillada y un cuenco de salmorejo para estimularle la gula y que el público se ría de su debilidad; o en otro donde una anciana viuda que busca compañía pregunta a un pretendiente octogenario que está al teléfono (como una versión cochina y sin decoro del final de El amor en los tiempos del cólera) si tiene dinero o si se lava por debajo todos los días. Si no fuera por el incentivo que supone desayunar cuatro o cinco veces cada mañana o poder pedir continuas bajas médicas, por ejemplo, por depresión vacacional (los funcionarios, con todos sus beneficios sindicales y acomodos, se han olvidado que para tener depresión postvacacional hay que tener antes vacaciones), no me molestaría siquiera en mirar la web donde se publican los retrasos y las justificaciones de la organización. Desde dentro, desde esa bacanal del sector audiovisual andaluz, la tabla de salvación para aquéllos que quieren desarrollar una vida personal y familiar digna siendo profesionales de los medios de comunicación, me llegan ecos de que el pescado está más que vendido y que sólo queda formalizar el paripé. Entiendo que haya que pagar las letras de los chalets de Simón Verde, pero creo que habría que dejar algo para las siguientes generaciones.
Todo lo que no sea abrir una panadería de barrio, de ésas que te devuelven un par de céntimos por entregar los cascotes vacíos y cuyo dependiente pasa las horas muertas viendo la televisión sentado en una silla de playa, o esperar a que una deo- elección de tu padre te incorpore al consejo de administración de su empresa lo considero una complicación; como la de trasladarme a Zaragoza para comenzar de nuevo por tercer vez, un billete de AVE, un hostal, un piso compartido, el envío por mensajería de mi ciclomotor, las marcas blancas de los supermercados (Día, Hacendado ) y la oportunidad de reciclarme en el departamento de comunicación de una agencia redactando para la Expo. He renunciado a la estabilidad, ya no me llegan cartas de las veces que he cambiado de dirección, pero a cambio he ganado en luces y escenarios. De momento, la apuesta me ha salido bien, aunque, por si las moscas, sigo esperando a Godot.