Grande, dos veces grande
Érase una vez un chaval de pueblo, de Valencina de la Concepción, en la provincia de Sevilla. Y uso la palabra pueblo sin el sentido peyorativo que a veces, de manera injusta, se le suele dar. Sino más bien, porque su enorme humanidad es un compendio de la bonhomía, de ese hombre de pueblo cabal, sencillo, llano, humilde, hecho a sí mismo, capaz de convertir en terrenal aquellos éxitos que otros prefieren poner en el valle de los dioses. Como la mayoría de los niños de su generación, quiso emular a sus ídolos del fútbol, intentando hacer en las calles y plazoletas de su pueblo natal las genialidades de las figuras del momento. Sevillista por los cuatro costados, admiró a Davor Suker por encima de todos. Sin embargo, sus esfuerzos por ser un número 1 con el balón en los pies se veían truncados por esa polio que le acompaña de por vida, y que le relegaba a jugar de portero...