El Jurado del XV Premio Rodrigo Manrique de Relato Corto ha concedido al escritor portuense Juan Luis Rincón Ares el Primer Premio en esta edición por el relato "OLVIDO ME LLAMO" . El concurso está organizado por el Ayuntamiento de Siles (Jaén) y Rincón recogerá el premio el próximo domingo 24 de Julio.
A continuación reproducimos el texto:
OLVIDO ME LLAMO
Por Juan Rincón Ares
Vivir en los corazones que dejamos tras nosotros,
eso no es morir.
(Thomas Campbell)
PRIMER PREMIO
XV CERTAMEN LITERARIO
"RODRIGO MANRIQUE" 2022
Siles, Jaen.
“¿Te llamas Olvido, verdad?” Fueron tus primeras palabras cuando te acercaste a mí en el paseo con un vaso de zumo de pomelo en cada mano, aprovechando que tus amigos y las mías nos habían dejado solos quizás adivinando en nuestras intenciones o al menos las tuyas.
“Sí,” – dije pizpireta, sonrojándome hasta las rodillas – “Olvido me…, ¿cómo lo sabes?” y te di carrete con toda la pazguatería, “el pavo” que dicen por aquí, de mis quince años. “Sé mucho sobre ti”, me respondiste como si me retaras. Y, a continuación, como quien recita los reyes godos o los ríos de la península pero con mucha más pasión, me hiciste una lista de detalles como mis los colores de mis bañadores de las últimas temporadas, los vestidos que llevé en las fiestas, mis cortes de pelo, el nombre – y el carácter - de mis amigas y hasta con quién había bailado en las fiestas de los últimos tres años en los que llevaba viniendo de vacaciones a tu pueblo. “Ningún baile conmigo”, culminaste enfadado de bromas.
Mis amigas se enamoraban de las maneras, de las palabras, de los ojos, de la boca o la piel de alguien pero yo me quedé enganchada de tu memoria brillante y prodigiosa, esa que según tú funcionaba “con grasa de amor” y con la que me fuiste enredando con cartas, llamadas y visitas hasta que un día, cinco años después nos fugamos a vivir juntos, desesperados ya de separarnos cada septiembre y de ser solo, como tú repetías, novios de V: de veranos, vacaciones y visitas .
Durante más de cuarenta años seguí teniendo para mí ese prodigio, un regalo infrecuente de la vida, por la emoción y la fuerza que ponías en el recuerdo de los grandes días y los pequeños momentos: recordabas cada detalle de nuestros viajes primeros cuando aún éramos sólo dos; mis caprichosos embarazos y los partos difíciles que vivimos asustados; el crecer desordenado, diferente y sorpresivo de las niñas, cada una con su ritmo y sus pausas; sus enfermedades comunes y sus aventuras en la escuela y, más tarde, cada uno de los pasos que las llevaron tan lejos de nuestros brazos. Recordabas cómo iba vestida en cada ceremonia y hasta el color de mis uñas a juego con tu corbata, ¡jajajajajaja!
Tarde en descubrir tu secreto, truhan. Era cierto lo de tu potente memoria, sí, pero en algún momento decidiste apoyarte en tu pequeña literatura de cuadernos de azules de cuadritos. Fue para mí un descanso descubrir, un alivio encontrar aquella colección de libretas ordenadas por años donde hacías crónica enternecida, con todo lujo de detalles, de nuestras vidas. Pero yo, hurraquita, me callé el descubrimiento y no volví a pasar por allí hasta que…Cumplías sesenta y cinco años y yo regresaba de comprar tu regalo, un dietario y una pluma estilográfica, para ver si te animabas a contarme tu secreto y a enseñarme tu tesoro. Quería mostrarte también el móvil con los mensajes de felicitación de tus hijas y te encontré en el sofá sentado ante la televisión apagada. No estabas en tu sillón preferido, mirabas hacia todos lados con aprensión y hasta diría que te asustó mí aparición:
- Jorge, Jorge, ¿te ocurre algo?
- Yo…. Yo…no…
Dejé los regalos y el teléfono que llevaba en las manos de cualquier manera y me senté a tu lado tomándote casi a la fuerza la cara entre ellas, obligándote a mirarme.
- ¿Qué te ocurre, Jorge?
Cuando llegó el equipo médico de urgencias y terminó de hacerte pruebas, me concluyó que tu estado físico era normal, que no habías sufrido un ictus como pensé yo o como me sugería Paqui, la pequeña, que vino urgente apenas media hora después. Las paramédicas no creían que tuvieras nada en el cuerpo y añadieron cualquier trastorno de tipo neurológico o mental tendría que ser diagnosticado por el médico de cabecera.
Efectivamente después de despertar una hora después, pues te quedaste roque con un sedante que te administraron las del 011, poco a poco volviste a ser el Jorge que yo conocía y no te creías de aquellos que te contaba yo de tu ausencia del rato anterior.
Con susto y todo, ese día Paqui, tú y yo. Con tus otras dos hijas por conectadas por el móvil, celebramos tu sesenta y cinco cumpleaños y volviste asombrarnos recordando cada cena de aniversario, cada fiesta de cumpleaños de las tuyas, de las mías y de las niñas. Pero a mí tardó en quitárseme el miedo del cuerpo porque además tú te negaste, cómo no, a que te viera ningún médico.
A partir de ese día, con una velocidad aterradora, menudearon y crecieron todas tus lagunas. En ti, los ataques de desmemoria se hacían más evidente y ese silencio tuyo cuando te “ausentabas”, ese “remirar” perdido entre las paredes de nuestra casa de toda la vida me contagiaba a mí un pánico aún más profundo que el que tú sufrías.
Un día desperté y te encontré semi incorporado en la cama mirándome confuso, como si no me reconocieras:
- Soy yo, Olvido, ¿no te acuerdas de mí, amor?
- Yo…, usted…yo…no…
De nuevo esquivabas mis manos que acariciaban tu rostro o rechazabas el estirón de mis brazos buscando meterme entre los tuyos.
- Jorge, Jorge, - te grité desesperada - vuelve, cariño, adónde te has ido donde estás?
Creo que hubieras recordado como podías levantarte de la cama, habrias salido huyendo despavorido de aquella loca que te sacudía de los hombros y te gritaba tan cerca de la cara. Pero no, aquel episodio parecía más grave que los anteriores y apenas atinaba a hablar ni a quitarte el pijama ni sabías dónde tenías la ropa y, cuándo conseguiste levantarte, no parecías saber qué venía a continuación.
Nunca despertaste del todo de aquella maldita mañana. Había algunos días que parecía reconocerme al despertar porque tenías menos angustia pero ya nunca has vuelto a llamarme por mi nombre aunque lo repitas como un loro cuando Paqui repite contigo a los ejercicios que nos recomendó el geriatra.
- Esta es mamá, tu mujer, Olvido. Repite.- le ordenaba como jugando.
- Ol-vi-do. Mamá, Si, mamá. – repetía Jorge señalándome dolorosamente neutro con el dedo,
- Yo soy Paqui, tu hija.
- Si, tú, Paqui, sí. – y ahora si su rostro resplandecía.
También has aprendido a sonreír cuando ella llega y a fruncir el ceño cuando se va pero yo, poco a poco, me he borrado de tu memoria y de tu desmemoria y eso me duele más que si fuera un descuido porque cada día sueño que me despiertas con aquel maravilloso “¡Buenos días, Olvido!” con el que acostumbrabas antaño.
Podría cuidarte con los recuerdos del amor por mil años mirando tus manos y tus ojos o rebuscando, leyendo de tus viejas libretas pero hoy lo he preparado todo, dos rosas, dos zumos de pomelo y los dos frasquitos. De algo me ha servido tantos años de trabajo en la farmacia.
Paqui nos descubrirá mañana en la cama como dormidos y entenderá porque le dejaré a mano esta carta que a ti te leeré antes de brindar por última vez.
Hace más de tres meses que empiezo a tener las mismas arrasadoras lagunas que tú. La diferencia es que yo, cuando se evapora la ausencia, sí recuerdo haberme quedado en blanco. Muchas mañanas despierto con el mismo horror con el que amanecías tú y no te reconozco, y gritamos los dos, primero yo recién llegada al desastre y luego tú contagiado por mi histérico amanecer. Al principio eran apenas unos minutos y yo volvía a mi ser asustada pero capaz de recuperarme y calmarte y luchar una jornada más. Pero ayer te perdí en la calle, sí, te perdí porque por unos minutos antes también me perdí desorientada, en blanco, yo y cuando me recuperé una pareja de turistas me hablaba en francés y me invitaba a sentarme junto a ellos. Unos segundos después, cuando me tomaba un vaso de agua, lo recordé todo y me horroricé al pensar que tú te habrías desenganchado de mi brazo y que no podía recordar por dónde nos habíamos paseado hacia unos minutos, por dónde empezar a buscarte. Fue entonces cuando conocí el verdadero horror.
Corría absurda hacia no sabía dónde cuando sonó el móvil en mi bolso y pude ver en la pantalla un número de esos de mil cifras: era la Policía local que te había encontrado inmóvil en medio de una plaza. Registrando tus bolsillos habían encontrado mi número y… Fui por ti y por el camino inventé la historia que luego conté a Paqui, que te habías escapado mientras yo me duchaba.
No volverá a ocurrir. ¿De qué serviría seguir vivos si ni tú ni yo podremos recordarnos, saber y contar que nos hemos amado tanto? Esta noche, no me fío de estos despertares conflictivos nuestros, te leeré esta carta y sé que tú te iluminarás al verme feliz. Lo haces de vez en cuando y espero que hoy me regales la mejor de tus sonrisas. No lloraré, te lo juro; luego brindaremos con zumo de pomelo y te abrazaré poco a poco para que no huya de mi tu cuerpo como se escapó tu memoria. Nos dormiremos abrazados y para siempre, y espero que en el sueño del dulce veneno por la fuerza de mi abrazo, mis recuerdos te invadan y por un instante recuerdes que me quieres al menos tanto como yo te quiero a ti
Olvido