Caminar es caminar y hay cosas comunes entre la ruta jacobea y esta marcha que me atarea en los últimos días de este extraño mayo que vivimos. .Está claro que se persiguen objetivos diferentes y que diferentes también son la infraestructura y el empleo de los tiempos pero en el fondo hoy me descubro acumulando pasos y sudores por la carretera de La Corchuela de la misma manera que antaño amontonaba etapas por el Camino de Santiago.
Hoy, a la salida de Los Palacios, me sentí un poco huérfano. La tarde anterior nos había envuelto las canciones, las sonrisas y los rostros saharauis, Era prometedor. Pero a las siete y media cuando arrancamos de la plaza del ayuntamiento, apenas había rostros ni gargantas morenas en los alrededores de nuestra pancarta.
¿Es esta la marcha saharaui? Hoy no. Era otra marcha. Solidaria, sí; por la libertad del pueblo saharaui, si; con banderas saharauis, si. Pero no me cupo la menor duda de que era nuestra marcha. Una marcha de gente que tenía casa y techo aunque no supiera por cuanto tiempo. Yo puedo abandonar en cualquier memento y seguiré teniendo un lugar donde dormir y un plato y una cuchara para mis hijos. Yo tengo una patria, aunque no me gusten los resabios fascistas que me evocan su nombre y sus partidarios y una tierra y un lugar donde volver. Los saharauis están marchando desde hace muchos más años que yo y no pueden abandonar su caminata en la historia a¡hasta volver a si tierra o desparecer. Sonríen cuando nos ven a su lado pero saben que deberán seguir en el camino cuando yo me asuste y lo abandone por el calor , el frío o la lluvia.
Tras una maraña de malentendidos y despiste hemos llegado a Sevilla. Es un poco como si cruzáramos el ecuador de la marcha. Encontrar a mis amigos Loli Y Fernando me llenan de energías para otro centenar largo de kilómetros.
Alguien a mi lado cantaba con sentimiento en el acto final , “Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad”. Lo felicité por su acertada entonación. Pero cuando nos despedíamos se nos cruzaron un par de mujeres sevillanas y el mismo cantante de mirada humilde pasó a devorarlas con los ojos a la vez que me invitaba con las manos y la palabra a elegir y repartirnos la rubia o la morena. No, le dije, no quijero un mundo donde los saharauis pueden tener patria pero las mujeres siguen siendo mercancía a repartir, quiero ser un hombre igualitario. “Yo también”, me dijo airado el cantor mientras se perdía entre las setas, ¡Ay!