La Hermandad de la Soledad de la ribereña localidad sevillana de Alcalá del Río, conserva una tradición de siglos como es la representación ancestral del Descendimiento de Cristo, que tuvo lugar a las doce de la noche del Viernes Santo.
Una vez que la cofradía ha concluido su estación de penitencia en la Santa Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción, se cierran las puertas de la parroquia y se extrae el cuerpo del señor de la Misericordia de la Urna y se coloca en una Cruz, situada bajo el arco toral del presbiterio del templo, sujeto al madero mediante tres clavos (uno en cada mano y otro en los pies) y sendos lienzos atados en torno a las axilas de Cristo. Allí el Señor de la Misericordia, una antiquísima imagen de Cristo yacente, del segundo tercio del Siglo XVI, con los brazos articulado y con pelo natural es crucificado para el descendimiento. Una escalera reposa en cada brazo de la Cruz para que por ella ascienda los dos hombres, que vestido de nazareno sin antifaz, personificarán a los santos varones que descendieron el cuerpo de Jesús de Nazaret al atardecer del Viernes Santo, para darle sepultura.
Ya en la media noche del sábado, se abre las puertas del templo parroquial y comienza el Auto del Descendimiento con el sermón ancestral del predicador, que solicita que acudan los santos varones, para desclavar y descender el cuerpo del Cristo, simulando a José de Arimatea, que fue un personaje bíblico, que era el propietario del sepulcro en el cual fue depositado el cuerpo de Jesús después de la Crucifixión y Nicodemo que era un rico fariseo, miembro del Sanedrín que reconoce en Jesús al Mesías y se hace discípulo de él. Lo presenta a las Santas Mujeres, que cada año son representadas por jóvenes soleanas y a su Stma. Madre en presencia de la escuadra de romanos (armanos) con un uniforme bordado en oro fino sobre terciopelo burdeos para proceder a su posterior traslado al sepulcro. A continuación los pasos vuelven a la Real Ermita de San Gregorio, donde tiene su sede esta Hermandad, ya sin nazareno y cuando la madruga se adentra en saetas y marchas.
Fotos Antonio Rendón Domínguez