Aquí, hoy, con la excarcelación de los primeros etarras que se benefician de la supresión en Europa de la doctrina Parot -¡y cerca de cuarenta criminales pidiendo lo mismo!- me la juego, nos la jugamos todos. La nuca de cada uno está de nuevo en peligro.
Hay una clase de gente que cuando se entera de estas noticias piensa que no va con ella, como si vivieran con la piel escurridiza de las ranas por la que fueran a resbalar los tiros. Pero hay acontecimientos como estos que ponen la vida en el filo de la navaja o, peor, en el centro de los disparos. Y hay que decidir. Es ser o no ser, continuar o dejarlo, luchar o rendirnos.
Y aquí decidimos -justo en lo injusto- si perseveramos en nuestros sueños por un mundo mejor o abandonamos toda idea de conseguirlo. Aquí deliberamos si empeñarnos ilusionadamente en nuevos caminos, o tirarnos definitivamente a las cunetas para contemplar desconcertados y atónitos el paso de un gigantesco manicomio que se hubiera escapado de sus encierros. Aquí está el día para resolver si proseguimos en la solidaridad, o echamos los cerrojos de nuestras casas y tenemos bastante con que al menos todo esté bien entre las cuatro paredes de lo más cotidiano. Es cuestión de encender la tele, mirar indolente los telediarios del crimen, llenar la nevera y servirnos la próxima cerveza. Aquí está el momento de la indignación o el de la resignación, el de luchar por la paz de todos o pedir simplemente que nos dejen en la nuestra. Es la paradoja de que el mundo más comunitario está construyendo el más individualista.
Aquí me divido entre enviarle a mis directores más artículos o proponerle boleros a una compañía discográfica. Entre mirar el llanto desolado y de rabia de las familias de las víctimas, o tener bastante con acudir a los ojos hermosos de mis hijas.
Nos gobiernan y juzgan los locos, los inmorales, los desalmados. Estamos en manos de sinvergüenzas. Y crece y se abulta por culpa de ellos una bolsa de la desesperación. El suelo de cada día se esfuerza cada vez más en la buena voluntad de mantenerse firme, pero presiente que bajo su apariencia serena se esconde un vientre de fuego con el que los políticos y los jueces están jugando, un volcán ardiente a punto de erupción.
¿Qué hacemos? ¿Qué hago? ¿Lo que ellos pretenden, que abandonemos nuestra suerte para que ellos corran mejor la suya?
¿Qué hacemos? ¿Qué hago en este mundo de silenciosos cómplices y cobardes? ¿Lo mandamos todo al carajo y maricón el último? ¡A casa, a mis cosas, a mi ambiente! ¡Que se arregle cada uno sus problemas! ¿Hacemos vida de cápsulas, de celdas familiares aisladas?
Acaban de decirnos en Europa que quien asesina 24 veces es como si lo hubiera hecho una. Que la energía criminal necesaria para acabar con 24 vidas humanas es idéntica a la de finiquitar una sóla.
Hoy decidimos si caemos hacia el lado de la muerte, más abatidos aún que los inocentes, sobre el cómodo sofá de la indiferencia, o nos damos cuenta por fin de que somos muchos más, millones más que jueces y políticos haya.
Estamos corriendo un gravísimo peligro con el aguante sin límites demostrado a políticos y a magistrados; nos están tomando el pulso para avanzar en sus totalitarismos, en sus inercias dictatoriales. Nos van aniquilando poco a poco en la comprobación diaria de nuestras tragaderas. Gracias a la tolerancia de lo más escandaloso, como esta repugnante y manipulada sentencia del que yo ya denomino el Tribunal Europeo de Derechos de los Inhumanos, se van haciendo con nuestra docilidad y sumisión en lo más corriente; nos están probando en un puro estoicismo para tomarnos las medidas de una dictadura camuflada en democracia. Y ahí es donde al cómodo le falla la chata perspectiva creyendo ingenuamente que con su propio círculo tendrá bastante: porque a través de su omisión ante la barbarie de lo que acaba de resolver -y resolverá- la Audiencia Nacional, le están calculando los impuestos que le van a subir, el incremento de la factura de la luz, los recortes salariales, en Sanidad o Educación, el aumento del importe de la contribución urbana, la bajada de las pensiones y hasta las tasas de la basura
Es curioso lo pronto que se ha pronunciado con unanimidad la Audiencia Nacional en comparación con las demoras que soportamos tantos ciudadanos el resto de pronunciamientos de una Justicia colapsada. El maestro y buen amigo Carlos Herrera ironizaba anteayer con suma finura que a la etarra le han hecho pasar por un auténtico desahucio carcelario.
Decidamos, decidamos cuanto antes; porque nos están observando para saber hasta dónde podrán alcanzarnos en la indignidad de los cobardes. Modestamente, yo lo tengo claro: no pienso cambiar mis derechos por baladas. Sería la triste balada de la trompeta por un pasado, el de la democracia, que murió.