Se acabó el Mundial de fútbol. Ha ganado España (eso de "La Roja" me suena raro). A mi juicio, ha merecido ganar, pero también pudo perder, porque así de relativo es el juego. Una de las ventajas de la victoria (aparte, por supuesto, de la alegría de todos) es que nos ponen menos veces en televisión los errores arbitrales , al contrario de otros campeonatos ya muy pasados, de los que se sigue recordando que cierto señor "nos robó". Yo alucino cuando se utiliza este tipo de titulares, los cuales he vuelto a leer durante las últimas semanas, sobre todo a propósito de los partidos Argentina-México y Alemania-Inglaterra (por cierto, nunca nadie dice que le han regalado un partido o un campeonato, pero sí que se lo han robado). Se utiliza el verbo "robar" o se dice alegremente que cierto árbitro "es muy malo", pero jamás se atreve nadie a decir eso cuando un futbolista tira fuera un penalty. En todo caso, se dice que ha fallado, pero rápidamente se habla de sus aciertos más que de sus errores y jamás se piensa que se ha equivocado a propósito, es decir, jamás se piensa que ha robado. Del árbitro sí se puede pensar e incluso afirmar. Y se hace sin empacho. Eso genera violencia y es tremendamente injusto. El error es parte inevitable del juego. Y es una tontería decir que, en un Mundial, con los mejores, no puede pasar eso. Claro que puede pasar. Cualquiera que conoce mínimamente el arbitraje sabe que puede pasar, que va a seguir pasando y que un árbitro muy bueno puede cometer y comete errores trascendentales (y protagoniza grandísimos aciertos que nadie resalta). Pero es más fácil, demagógica y rentable la polémica (incluso la agresiva e irrespetuosa) que explicar, tranquila y rigurosamente, por qué pasan las cosas, es decir, tratar de ponerse en la piel del otro para generar empatía y no enfrentamiento.
Por otro lado, hemos seguido con enorme orgullo la figura de un ejemplo: Vicente del Bosque. Siempre son bienvenidos en el fútbol entrenadores con la corrección del seleccionador español. Se puede ganar o perder, y todos los que alguna vez hemos tomado contacto con el deporte sabemos que la línea que separa la victoria de la derrota es muy delgada, dependiendo muchas veces de factores mínimos que se nos escapan; pero lo que sí está en nuestra mano es mostrar un comportamiento intachable. Nuestro deporte conquistaría la excelencia con entrenadores, jugadores y directivos como Vicente del Bosque, mesurado en sus gestos y en sus declaraciones. Lo contrario se aleja del respeto y genera violencia.
¿Pero qué es el fútbol en realidad? Lo que hemos visto en los últimos días es sólo la puntita del iceberg. La mayoría de los partidos que se juegan son de categorías inferiores, a menudo con participantes menores de edad. Los padres y demás familiares, deslumbrados por la fama y los contratos de las estrellas, olvidan, con más frecuencia de la deseada, que la finalidad de que su hijo haga deporte es que crezca como ser humano, no que llegue a ser profesional. Esto último sólo ocurre en contadísimos casos, y, si no va acompañado por una buena formación en valores, puede acabar en desgracia. Imágenes de padres presionando a los entrenadores para que sus pequeños jueguen más minutos que sus compañeros o gritando desde la banda y poniendo nerviosos a sus hijos, o, lo que es peor, insultando a los árbitros (a veces incluso de la misma edad que sus propios hijos), son terribles para la educación de nuestros jóvenes deportistas. Evidentemente, todo esto genera violencia.
Cuando los resultados y los intereses económicos están por encima de los valores, nos aplasta la corriente que, entre todos, hemos creado en el fútbol, que ha pasado a ser un deporte en el que la caballerosidad ha desaparecido; una corriente en la que un jugador puede sentirse orgulloso de haber metido voluntariamente un gol con la mano o un periodista puede decir alegremente que un futbolista ha sido "listo" (que no sinvergüenza) por haberse dejado caer en el área rival para engañar al árbitro y sacar deslealmente una ventaja para su equipo. No hace falta decir que estas actitudes (resumidas en la nauseabunda expresión de "lo importante es que hemos ganado"), contrarias a los valores del juego limpio, generan violencia.
He ido compaginando en este artículo reflexiones que me han inspirado ciertos acontecimientos del Mundial con asuntos que fueron tratados en una mesa redonda sobre violencia en el deporte en la que tuve la suerte de participar el pasado viernes en Málaga, en la sede del Instituto Andaluz del Deporte. Sin duda, es un tema que nos interesa a todos y en el que debemos volcarnos. Para empezar, instituciones como las federaciones deportivas, los comités de árbitros (me pregunto cómo se puede guardar tanto silencio mientras se humilla a los colegiados partido tras partido) y los organismos gubernamentales que trabajan con el deporte deben abordar este problema como se merece, demostrando que los resultados y el dinero son infinitamente menos importantes que el respeto a los seres humanos. Y, por supuesto, los clubes tienen que tratar por todos sus medios de que sus aficionados muestren un comportamiento civilizado (no vale solamente con que paguen la entrada; a los salvajes, ya sea por lo que dicen o por lo que hacen, hay que sacarlos de los estadios).
Ojalá España gane más campeonatos; pero me interesa mucho más la formación humana de los jóvenes y el hecho de que todos podamos acudir con ellos a cualquier partido sin temor de que escuchen y vean, como si tal cosa, palabras y comportamientos inadmisibles.