Uno de los factores de la creatividad es la resistencia ante las adversidades. Es una capacidad de aguante. Se trata de cuando los demás piensan una cosa y tú permaneces con tu opinión, no eres influenciable. O cuando fracasas en algo y en lugar de hundirte, piensas lo voy a conseguir. Eso es la resistencia. Esto no es lo más normal, sobre todo cuando eres joven, que eres más influenciable, más moldeable
Extraigo esta reflexión de los apuntes de la asignatura de Teoría de la Información que me he descargado de El rincón del vago con vistas a prepararme las oposiciones de RTVE y que clavaré en el tablón de corcho que tengo enfrente de mi escritorio en cuanto regrese a casa. En las notas que consulto los diferentes paradigmas teóricos se explican mal, los datos se exponen de manera desordenada, en capítulos inconexos, quedando un temario deslavazado, confuso; no cabe duda de que son de naturaleza universitaria. Viajo a bordo del AVE en dirección a Madrid y aún continúo subrayando las fotocopias que no me ha dado tiempo a estudiar en las guardias a Paquirrín y a su nueva novia en Cantora, a los cuales nunca les hará falta presentarse a una de estas cribas, porque ya nacieron con una plaza de funcionario debajo del brazo. Si no fuera porque constantemente me veía obligado a interrumpir la lectura de la Constitución Española para estar pendiente de su parranda junto a unos colegas en un chalet de los Caños de Meca, habría podido levantar la cabeza de los folios y extraviarme en el torrente de estelas con el que las lunas del tren de alta velocidad retrata el paisaje castellano. Forcejeo con el botón superior de la camisa para liberar mi cuello de la presión, pero advierto que es demasiado tarde; mientras los títulos de crédito de X Men 3 descienden en los monitores anclados en el techo del vagón, los primeros rascacielos asoman por el horizonte.
Desciendo a las profundidades del metro, ese abismo donde se cuecen las almas en hora punta, como un purgatorio cosmopolita y con hedor a axila, y en mi peregrinación hasta la luz compruebo que sus usuarios son tan variopintos como los del servicio de transporte público de Barcelona: dos adolescentes convenientemente tatuadas y perforadas que cuchichean y lamen un Calipo con gusto a limón, un matrimonio de ancianos que se enzarzan por una nimiedad y se atacan con reproches hirientes, una familia numerosa de ecuatorianos que prepara en su piso alquilado de treinta metros cuadrados una velada nocturna a ritmo de regetón. Me bajo en la estación de Campo de las Naciones, en un parque empresarial de spas y restaurantes vegetarianos cerrados, tres horas antes de la citación, así que me siento en el peldaño de mármol de una oficina de Caja Madrid, debajo de una marquesina con publicidad de la Obra Social, a merendarme un bocata de chorizo. Me había confiado pensando que serían pocos los candidatos a las 212 plazas que se ofertan en la categoría de Informador dispuestos a presentarse a una convocatoria en plena capital de España y a mediados del mes de Julio, con la Operación Especial de Tráfico en marcha y los veraneantes saturando los chiringuitos. Sin embargo, cuando veo desembarcar de una batería de autobuses detenidos delante de IFEMA una muchedumbre de periodistas, éxodo masivo en busca de la tierra prometida, no tengo otra reacción que sentirme abrumado.
Tras dos años cobrando quinientos euros mensuales me despidieron en Abril, por lo que he contado con tres meses para apretar los codos- me comenta entusiasmada una compañera gallega.
Tuve que aguantar seis años para empezar a ganar mil euros al mes. ¡Y encima mi jefe se acercó a felicitarme!- confiesa con voz ronca un muchacho de Cáceres.
Hasta que encontremos la fórmula de no pegar golpe y que los demás nos rían la gracia como un aristócrata excéntrico o un diputado del Congreso, o ahorremos el capital suficiente para montar un negocio rentable como una ONG, una iglesia con hordas de fieles o un establecimiento de globos de colorines, más de ocho mil personas, en su mayoría menores de treinta y cinco años, nos agolpamos en la entrada del pabellón número nueve del recinto ferial con la aspiración de obtener mil cuatrocientos ochenta y dos euros al mes para toda la vida y poder lanzarnos así a la apertura de una hipoteca a cincuenta años. Si la gente que aguarda en la cola todavía no ha desistido de su empeño de trabajar en el sector de la comunicación es por amor, porque hasta representando teatro de marionetas en un parque los domingos las condiciones son más dignas. Unos hojean con avidez los periódicos, rotulando los nombres propios y las siglas difíciles; otros bromean a costa del anónimo que ha inscrito a Javier Urdaci en la lista de admitidos. Hay chicas preciosas en la fila, con la virtud añadida del carácter o la introversión, que enmudecerían al VideoCue en caso de que pasaran a la prueba de cámara. Creo sinceramente que ha merecido la pena pagar el billete tan sólo por cerciorarme del estado de la profesión y por recobrar el sentimiento de pertenencia de grupo que me invadió al principio de la carrera, cuando todo estaba pendiente de estrenar y las ilusiones permanecían intactas. Ahora espero que en el test caiga algo sobre el hijo de la Pantoja.