Siempre he seguido la pista de Dios (aunque sospecho a estas alturas que es más bien Dios el que le sigue la pista a los hombres). Y tengo la idea de que el rompecabezas del ser humano no encaja si falta la pieza de Dios. Por eso Don Publio fue una persona decisiva en mi vida. La verdad es que lo ha sido en la de muchos, en la de centenares, en la de miles de personas que a lo largo de varias décadas han pasado por los Cursillos de Cristiandad en Sevilla, de los que el incomparable Publio Escudero fue el gran impulsor y el coordinador por excelencia, una auténtica institución sin cuya presencia me parece que esto no hubiera sido lo mismo, sinceramente.
Lo encontré en el momento oportuno, como cuando una señal de tráfico se ubica justo donde debe indicarte la dirección adecuada. No es fácil circular por la propia existencia de cada uno. Sin embargo, Don Publio era y es como una especie de alerta luminosa con rumbo inequívoco: Cristo. No ha apuntado hacia otro destino en su vida, ya de noventa años. Y puso en mis manos un libro como un mapa, el que trazó mis rutas más directas hacia una novedosa comprensión del Evangelio. Aquel libro era de Gérard Bessiére y se llamaba Dios es muy joven, una reflexión valiente sobre las palabras de Jesús de Nazaret, y un retrato sin colorantes de estampitas de primera comunión.
Don Publio rompió mis esquemas, inauguró un nuevo punto de partida para una fe que venía desde la infancia. Y me hizo pasar con 18 años por la ITV de la Religión que me entregaron en el colegio, con apariencia de flamante y definitiva, como si Ripalda fuera el tope. Sin embargo, yo había crecido y la asignatura no. Yo tenía ya preguntas que no hace un niño. Y Don Publio me dio las respuestas que necesitaba un hombre.
Rehizo los contornos auténticos de un Dios desfigurado entre unos y otros a lo largo de la historia, un Dios maquillado en su verdadero rostro, tergiversado en su mensaje, manipulado por los intereses de gente tan incoherente como fariseos. En resumen: un dios en minúscula, irreal, incapaz de enamorar ni fascinar a nadie, y mucho menos a unas nuevas generaciones aburridas de ir a misa, que estaban dejando los templos vacíos y, aún peor, sus propias vidas.
Don Publio me reveló hasta qué punto, sin yo saberlo, mis manos llevaban años trajinando en aguas inútiles, mansas y templadas, sin nervio y sin bravura. Pero me enseñó que la orilla de un lago puede cambiar la existencia de los hombres. La orilla de un lago guarda la sorpresa más inesperada, la aparición más deslumbrante, la invitación más atrevida y sobrecogedora, la mirada más fulminante y la llamada más trascendente. En la orilla de un lago Alguien puede sonreírte diciendo tu nombre, Alguien que no busca ni a sabios ni a ricos, Alguien que sólo quiere que tú le sigas
Seguramente sus lecciones han sido mucho mayores que mis aprendizajes, porque soy insalvable en el carácter indomable del artista. Tampoco ignoro que hay tantas formas de contar a Don Publio como corazones en los que se obraron tantos milagros. Pero comprenderán que este es mi turno y mi espacio, y que no tengo nada mejor que yo mismo, con la de limitaciones que eso conlleva. En cualquier caso, quiero unirme a una multitud de agradecidos que vamos a felicitarle en este cumpleaños de cifra tan difícil de alcanzar como redonda. Vamos a felicitarle en la Capilla de la Virgen de los Reyes, de la Catedral de Sevilla, el próximo viernes 31 de enero a las ocho de la tarde, cuando se celebre la Eucaristía que presidirá el Arzobispo. Además de un reencuentro directo con él que tendrá lugar en la Casa de Ejercicios del Monumento al Sagrado Corazón en San Juan de Aznalfarache, el día 8 de febrero a las seis de la tarde.
Desde aquella lectura que él me recomendó, con la que descubrí que Dios es muy joven porque el fuego lo es, ahora caigo también en la cuenta de que Don Publio, con noventa años, con amor que quiere seguir amando ¡Don Publio es muy joven!