Es el hombre del día en Sevilla. Acaba de ser reelegido Decano del Colegio de Abogados. Después de veinte años desempeñando el cargo, había hecho competir su candidatura con cuatro más. Y sus votos han superado con creces la suma de los obtenidos por todos los demás juntos.
Se cuenta que ha sido la victoria de la experiencia. Se dice que ha ganado la voluntad mayoritaria de hacerse, para una época compleja, con un hombre especialista en dificultades.
Los abogados sevillanos parecen haber seguido la sabia máxima de que en tiempos de tribulación, no hacer mudanza.
Es posible que hayan visto en Gallardo la fórmula perfecta para cuatro años más de incertidumbres, presumibles aún de grandes obstáculos que superar en todos los órdenes de la vida social, política y, por supuesto, jurídica. Tenía el perfil tranquilizador del equilibrio para tantos vaivenes. Y se sabe que Gallardo es estabilidad, pero no inmovilidad. El hombre nuevo de siempre no hace equivaler seguridad a estancamiento. Si hay un propulsor de la abogacía sevillana en estos últimos veinte años de su decanato, es José Joaquín Gallardo. Ha dado presencia mediática a su profesión. La ha infiltrado en la sociedad como sustancia natural de la misma. Ha mostrado continuamente al Colegio de Abogados como inductor y artífice de incansables empeños muy convenientes para todos, no sólo para los profesionales del Derecho. Es un jurista de amplias miras colegiales, pero también de una extensa visión de lo plural, mucho más allá de las fronteras propias de los abogados. Tiene una clara conciencia de la cantidad de vasos comunicantes en los que se desenvuelve el fluido de una ciudad como Sevilla. Y ha demostrado en muchas ocasiones una probada inercia hacia la conciliación en montones de controversias de un signo u otro.
Los intríngulis más específicos de la abogacía, él debe conocerlos. Se escapan a las nociones más generales de la gente que habitamos fuera de un órgano colegiado y del mundo más letrado de las normas. Pero cabe esperar, teniendo en cuenta su trayectoria, que de una energía inagotable como la de José Joaquín Gallardo resultarán provechosos beneficios al renovar su interesante combinado de experiencia y retos.
Es obvio que la abogacía, por mucha que sea su singularidad, es parte integrante -y notable- del todo que constituye el ámbito de la Justicia. Y ese colectivo en sus manos, no ignorará en ningún momento que en España más del 80 por ciento de los ciudadanos no creen precisamente en esa Justicia. La casi totalidad de la sociedad española, además de asistir perpleja al conocimiento de tantas lamentables sentencias dictadas por un poder politizado, con alzheimer sobre Montesquieu, encima ha visto irse impune en democracia a un Ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, que ha lesionado gravemente el libre y legítimo acceso a la defensa de nuestros intereses, dejando tras de sí una intolerable Ley de Tasas, dictatorialmente impuesta sin el más mínimo consenso del mundo jurídico. El colapso de los juzgados no puede solucionarse provocando la colisión con derechos fundamentales.
En cualquier caso, y por mucho que la última victoria electoral de José Joaquín Gallardo nos llene de inquietudes, estas líneas no están para indicarle las pautas de su nuevo periplo a un hombre bien empleado en seguir las señales de la época presente, sino para felicitarle y desearle la continuidad en dejar las huellas que durante más de veinte años ya han dejado sus pasos.