A Erika Leiva le ha pasado lo que nos pasa a todos: que cuando nos encontramos una vez con La Macarena, ya deseamos volver a reencontrarla. Como te mire La Macarena, que es a lo que se dedica La Macarena, a mirarnos, se te queda prendida al pecho, como sus esmeraldas, llevando ya para toda la vida el verde temblor de su Esperanza.
Después de cantarle por primera vez al regresar a su Basílica en la mañana del pasado Viernes Santo, Erika lo ha hecho de nuevo, a puerta cerrada e íntimamente, en el interior del templo, ante a la Señora en su paso, a dos días del sábado, cuando se dirija bajo palio hacia la Catedral para conmemorar el 50 Aniversario de su Coronación Canónica.
He sido testigo de la segunda saeta de Erika a La Macarena. Una saeta de gloria, de canto sin pena, de martinete sin cuchillo, de emoción sin angustia, clavada y sin herir, de voz de vuelo feliz desde su garganta hasta posarse en la mano sin pañuelo y con azucena de la Virgen.
Una saeta plena de requiebros de la memoria de aquel mayo de 1964, con los escaparates de todas las tiendas y los cristales de los bares llenos de carteles con la pintura de Grosso, donde Ella sostenía con las manos su presea imperial, multiplicando de estrellas y gozosas vísperas la ciudad.
Ha sido una saeta evocadora de las de Marta Serrano, como si a la par de sus versos de medio siglo coronada también se oyera lo de guapa que no cabe más.
Una saeta con eco del énfasis de Antonio Rodríguez-Buzón, gloria en acordes de Braña, danza celeste de Seises y Hermanas de la Cruz madrinas.
Una saeta como el regreso mecido por la intensidad del júbilo de su barrio, aquel de la famosa pancarta de la calle Parras, como una reprimenda a su Virgen, que aplazó la vuelta por culpa de la lluvia:
TE FUISTE POR CUATRO DÍAS Y TARDAS SIETE EN VOLVER. ¡MADRE MÍA MACARENA, NO NOS LO VUELVAS A HACER!
Y una saeta, en fin, que Erika Leiva fue llevando poco a poco hasta el compás más hondo y profundo de los ojos de La Macarena, la que se dedica a mirarnos, la que se lo sabe todo de nosotros, la Niña esa, Madre de Dios y Madre nuestra, tan preciosa y joven, que sin embargo cumple fechas extrañas más allá de su radiante, eterna y hermosa lozanía, como estas Bodas de Oro de su Coronación Canónica.