Ha sido una celebración sin complejos, con trapío, ideada y creada por un Ayuntamiento que dice representar a una ciudad eminentemente taurina, en la seguridad de que tiene la plaza más importante del mundo. El Alcalde ha salido a los medios, sin temor ni rubores frente a dictadores de la democracia, los que se empeñan en los autoritarismos de que seamos todos iguales que ellos, sin variedad, como si estuvieran clonados por Artur Mas.
El Premio Taurino del Ayuntamiento no busca destinatarios temporales, sino eternos. No quiere figuras de una Feria, sino de la Historia. No delibera sobre faenas, sino sobre trayectorias completas. Y por unanimidad, su jurado ha elegido a título póstumo a Pepe Luis Vázquez. No se puede recurrir a mayor amparo que a este nombre gigante, para prestigiar rápidamente un premio que nace con vocación de importancia, con ánimo de máxima categoría. Se ha valido del nombre legendario del Sócrates de San Bernardo como si fuera una declaración de principios, la redacción de sus estatutos.
¡Qué bien hace las cosas Sevilla cuando las hace bien! Como esta tarde. Me he encaminado hasta el Ayuntamiento invitado por uno de los Vázquez, mi gran amigo Álvaro. Se ha escogido para el acto ese cofre que es el Salón Colón. Ha realizado la escultura que representa al galardón ni más ni menos que la exquisita May Perea. Y, como un sobresalto que aguardara detrás de la puerta, ha sonado de pronto, allí mismo, como si estuviera bajo la bellísima arquería blanca y albero de la plaza, la Banda del Maestro Tejera, la misma de La Maestranza. Ha convertido el recuerdo inolvidable de Pepe Luis en largos y nostálgicos suspiros de España, en una respiración cortada mientras le veíamos por monitores, por los ruedos del riesgo y de la vida. Me confesaría Álvaro al terminar que no podía mirar las pantallas cuando reflejaban las escenas más familiares, todos juntos, en casa, en el campo, siendo niños o ya mayores.
Bien por Eduardo Dávila Mihura hablándole con medida a la familia de la medida por excelencia: a Mercedes Silva, viuda del maestro, a sus hijos, a sus nietos.
Bien por Pepe Luis Vázquez Silva, por su temple hablando, con tanta hondura a su estilo como Sinatra a su manera; Pepe Luis estaba de profundo y sabio que hubiera sabido cantarse los versos que pronunció.
Termino. Termino porque no se acaba nunca cuando se habla de eternidad. Y lo hago con la última frase de Zoido: Pepe Luis es la misma Sevilla vestida de luces.
José María Fuertes