-Te veo poco, pero te quiero mucho.
Es una frase que me ha regalado Manolo Salguero, mi viejo y buen amigo de Castilleja de la Cuesta.
Es de las cosas más bonitas que me han dicho en esta vida. No se puede contar mejor lo que es muchas veces la amistad; la que sabe quedarse en pie a pesar de que los años, a unos y a otros, nos van situando en lugares bien distantes de aquellos donde nos estrechamos las manos por primera vez.
Castilleja no sólo tiene ese apellido de la Cuesta, que le viene de la del caracol, de aquella que en tiempos tuvo una casetilla con el rótulo de peones camineros y un palacio en el Carambolo; aquella por la que subían -y suben- las carretas del Rocío de Triana para formarla a base de bien cuando Bernardo de los Reyes iba con Lola Flores, la Pantoja y Paca Rico.
Castilleja es como una interminable genealogía que empieza para mí en 1967, cuando mi padre inaugura el primer chalet de una nueva urbanización llamada Las Almenas. Y Manolo Salguero es uno de los más especiales amigos que saldrá de mis andanzas por un pueblo en el que yo creo que no me ha faltado nada por hacer ni por vivir. Sin ir más lejos, yo empecé a cantar ante el público en Castilleja gracias a Manolo, que me recomendó al entonces capellán de las Irlandesas, don Juan Manuel García-Junco, para actuar en las fiestas del colegio.
Castilleja es de la Cuesta, pero suena para mí como con un largo encadenado de apellidos de la emoción:
Castilleja de la misa de diez y media de los domingos en la iglesia de la plaza, con don Antonio. Una de esas mañanas que fui a entrar me la encontré a ella junto a la puerta. Y ahí empezó el amor su largo desasosiego de idas y venidas
Castilleja de los mostradores de Gaviño o de Inés Rosales, de la breve cinta envolviendo tortas de aceite, bizcochadas, cortadillos, pestiños y sultanas. Por cierto, ¡qué bien lo hace ahora Upita!
Castilleja de la Velá del Carmen de la calle Real, donde con su orquesta cantaba Rufo aquello de la distancia, nunca más oíste tú hablar de mí, en cambio yo seguí pensando en ti, de toda esa nostalgia que quedó, cuánto tiempo ya pasó y yo nunca te olvidé, Ana del Río.
Castilleja de Los Hermanos Reyes, Diego y Miguel, asomados con su madre a la puerta de aquel bar donde siempre, invariablemente, como si no se moviera del sitio, un azulejo amarillo decía: Aquí está Manué.
Castilleja en cascada de recuerdos vivos inolvidables. Castilleja de los caracoles de Juanma, de las noches en El Embrujo, de la discoteca de Los Rosales. Castilleja de la madrugada de los cohetes por Santiago, de Baldomero y las saetas de Mercedes Cubero. Castilleja bicolor en azul de la calle Real y rojo de la plaza, dos bandos irreconciliables para no hablarse durante unos días. Y la Castilleja del club Olimpo, y la de un arzobispo de a pie llamado Rafael Bellido, y la de los tintos de verano del chiringuito frente al cine, y la de Martín Cartaya y el parquecito que lleva su nombre. Castilleja de un empresario sevillano llamado Javier Sobrino que empezó a currarse allí su prestigio. Castilleja del Loro y del Tubo. Castilleja del mercado de abastos y de los huevos de Joselito; y la del restaurante Alija y La Carboná; y la Castilleja de las pipas de Amalia; y la de las chuches de la ventana, y la de los niños de Dolores acarreando bebidas y refrescos hasta los chalets. Castilleja del Tropical, de las farmacias de Mota y de Cansino, y la del caserío de García de Paredes, el cónsul de Panamá, y la de la fortaleza en la que fue a enterrarse Hernán Cortés. Castilleja de su Inmaculada. Castilleja de su Gran Poder. Castilleja generosa en su Domingo de Resurrección con caballistas y abriéndote las puertas de sus casas. Castilleja de la antigua gasolinera junto a la ermita, a dos pasos de Las Canteras.
No acabaría nunca. La he recorrido palmo a palmo. Y ese pueblo me lo atraviesa de punta a punta un primer escalofrío de juventud, lo cruza de parte a parte un largo verso de palabras que estrenaba entonces, la primera vez que escribí una canción, madre cuéntamelo todo lo que sentiste aquel día
Aún sigue en mi vida Castilleja porque siguen sus gentes en mi corazón. Yo también la veo poco, pero la quiero mucho.