Si tuviera que explicar qué es eso de que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, tendría un buen ejemplo en Pepe Luis Vázquez, esa divinidad del toreo. Se fue. Se fue y se queda. Se fue y se queda porque los dioses siempre acaban en una ascensión que les pone un pie en la gloria y otro en la tierra. Adiós, Pepe Luis; bienvenido a la eternidad. Desde ahora estarás en el Paraíso, pero te quedas con nosotros, en Sevilla, hasta el final de los tiempos.
Se queda Pepe Luis más allá de su época, aquella en la que tantos -y mi padre entre ellos- fueron pepeluisistas, le siguieron por los ruedos de toda España, brindaron con él en las habitaciones de los hoteles con regueros de espumas de éxito. No me lo pudo decir mejor ayer su hijo Rafael, cuando nos abrazamos en la capilla ardiente y yo le decía que con el recuerdo de su padre siempre regresaba la memoria del mío:
-Es que el recuerdo de mi padre hace reunir también el recuerdo de muchos padres.
Se queda Pepe Luis más allá de nosotros, los que hoy le despedimos sabiendo que a la vuelta de la esquina y del ruedo de La Maestranza, volveremos a toparnos con él por cualquier parte donde habite el aroma y la emoción. Se queda Pepe Luis más allá de su cartucho de bronce inmóvil e imperecedero del Paseo Colón, donde su efigie mira hacia la Plaza de Toros más bella del mundo, donde está la Puerta del Príncipe por la que tantas veces le sacaron a hombros. Se queda Pepe Luis, por los siglos de los siglos, como un cuento y una fábula hermosa para nuevos niños sevillanos que desde futuras generaciones pregunten ante su estatua quién fue ese torero. Se queda Pepe Luis esparcido por el Cossío, definiendo con estampas de arte en sepia en qué consistió fundar la escuela sevillana. Se queda Pepe Luis por el blanco y negro del Nodo. Se queda Pepe Luis en los carteles gigantes que necesitan los nombres de los más grandes. Se queda, ¡ay, se queda!, en un olor de incienso de Miércoles Santo por el barrio de San Bernardo. Se queda, Pepe Luis, se queda
Y se va, a un mismo tiempo también se va. Se lo lleva una época que va desapareciendo a medida que ellos se despiden de un planeta cada vez con menos originalidad y más cosas iguales. Lola Flores, Juana Reina, Rocío Jurado, Manolo Caracol, Concha Piquer, Camarón, George Harrison, Elvis, Sinatra Y no quiero señalar a los que están a dos pasos de la puerta grande. ¿Ustedes se han dado cuenta de que después de esta clase inclasificable de genios casi todo es pura clonación? ¿Se han dado cuenta de que nuestro nuevo siglo se está dedicando a intentar repetir lo irrepetible? ¿Se han percatado de que, tras ellos, que se lo han comido todo, que se lo han llevado todo por delante, que no han dejado ni las sobras, vivimos en la era de la fotocopia y no del original? Es por excelencia el periodo histórico de los recopilatorios y las remasterizaciones. Es el tiempo del se parece a
Pepe Luis Vázquez perteneció a la época inigualable de las innovaciones, a la briega del estilo propio, el único estilo que te pone a mandar en lo tuyo. Y ya sé que es mucho pedir, pero me gustaría acabar las líneas que dedico a un hombre inigualable dejando de su figura el mismo trazo firme con que la dibujaba Martínez de León. El oro de cada letra de la vida, ya historia, de Pepe Luis Vázquez está escrito a plumilla: rápida, segura, de una gran soltura visual para la gran faena de la existencia, sin titubeos ni enmiendas, redonda, con la rúbrica esta mañana de su última vuelta ruedo y el silencio y el respeto de esta ciudad de ensoñaciones llamada Sevilla, donde Pepe Luis Vázquez será eternamente una de las mejores que tuvo.