Hay teatros cuyo espectáculo comienza antes de entrar en ellos. Es lo que le pasa al Maestranza de Sevilla, un caso singularísimo en el mundo. Les confieso que hasta el mítico Olympia de París me decepcionó al descubrirlo realmente en la calle normal donde se ubica, o por su marquesina, nada colosal en su ajustada fachada en comparación con la idea que se tiene de templo de la música. Pero el Maestranza tiene el amplio vestíbulo del río Guadalquivir con la acuarela al fondo de Triana, digna de José González, a la que contemplaba el domingo por la mañana a través de la luz con brisa del Paseo Colón, el eco de los caireles por la exhibición de enganches y la alegre gente echándose a la calle en busca del primer trasiego por un Real con su Feria en puertas. Fuera mismo estaba ya el primer decorado de esta emoción llamada Sevilla. Y dentro, aguardándonos la Real Orquesta Sinfónica con Erika Leiva, su más genuino sonido.
Exquisitez y refinamiento son mis palabras resumen para conceptuar un concierto que pretendía -y lo logró- servir el primer aroma de una Feria en vísperas.
Santiago Serrate dirige la Sinfónica sin disimulos en la sangre. Me gusta eso. Acompasa con los brazos todo compás. Puede que yo esté observando no más que una rutina propia de quien dirige, pero aprecio a quienes disfrutan el privilegio de vivir de la música. ¡La música! Esa respiración asistida de la vida.
Escogió un repertorio matriz de la copla que supo hacer discurrir por el telón de fondo de las evocaciones más inmortales. Rojo para el capote de Juana Reina; o verde para los ojos cantados de La Piquer. Reconozco que no era la primera vez que escuchaba así la copla. Todo estaba ya en dos grabaciones que cuentan más de diez años, y que desde entonces forman parte de mis deleites. Una, la de la propia Sinfónica de Sevilla cuando estuvo dirigida por Miguel Roa. Otra, la Sinfónica de RTVE, dirigida por Enrique García Asensio. Pero el bafle es el bafle, y el aire es el aire: una sensación diferente y viva de ese sabor llamado España: ¡Ay, Maricruz!, La Jota de mi balcón, Triniá, La lirio, Tatuaje, La rosa de Capuchinos como un sucesivo desglosar las hojas sepias de un viejo álbum de estampas de la nostalgia. ¡Qué categoría para ejecutar instrumentalmente pasajes de la mejor memoria! ¡Qué bien suena la sordina por los callejones ocultos en sombras y para las plazuelas con rumor de aguas de las fuentes de Sevilla!
Hay toreros que se encierran solos con seis toros; y artistas con cerca de setenta músicos. Erika Leiva es valor personificado. Escapa con naturalidad a la posibilidad de abrumarse, porque conoce a la perfección que su misión no es precisamente sobrecogerse ella, sino sobrecogernos a nosotros. Desvía hasta el público el acecho del temblor y el escalofrío, quedándose liberada del peligro de padecerlos. Emite una voz arriesgada y valiente que salva los obstáculos bien difíciles de la copla, un género que te espera siempre por las esquinas de los asaltos, las que persiguen dejarte sin nada y devolverte a casa atracado a mano armada sin próximos retos ni mayores ilusiones.
Erika Leiva le habla de tú a tú al mundo del espectáculo. Ha nacido para esto, seguro. Y ha traído como un don divino hasta la cara, la expresión que necesita para lo que va a ser en la vida. Hay gente de la que te supones lo que es sólo por el rostro, del que dicen que somos responsables del nuestro a partir de los treinta años. Hay gente que la ves y te dices que tiene cara de cura o de monja, de ejecutivo o de camarero. Erika tiene cara de artista. Y no todos los que quieren serlo la traen. Eso le ayuda expresivamente, con un brillo en los ojos como si te mirara con dos candilejas más y albergara el destello de las pasiones que canta. Si sigue bien rodeada, si no la malogran los eternos advenedizos del éxito ajeno, que siempre traen consejos equivocados e intenciones de hacerla infiel con los aciertos del principio, entonces no tendrá límites, será la gran figura de la copla del siglo XXI, habrá fulminado la idea de que en este mundo hay sitio para todos. ¡Qué disparate cuando ese mundo es el del espectáculo!
Me da que con ella está ocurriendo un raro fenómeno imposible de que hubiera vuelto con nadie. Me da que la copla está volviendo a pasearse.