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En Sevilla existen una serie de lugares tildados de embrujados y, a veces, de malditos. La sola presencia en ellos pone de manifiesto en cada persona que algo sucede en sus interior ¿Quiere conocerlos? ¿Preparados para conocer una Híspalis de susto? Visitemos algunas de las casas encantadas y edificios embrujados donde conoceremos la historia de aquello que lo posee, historia terrible y paranormal de apariciones, espectros y fantasmas. Sonidos inquietantes, quejidos lastimeros, psicofonías y mucho más en un viaje al corazón del misterio de la ciudad de Sevilla. Acompáñennos a vivir una jornada por los edificios embrujados de la capital hispalense.
Nuestros guías
¿Cuál es la clave para comprender mejor los secretos de un lugar? La voz que espera. Hay lugares que poseen alma, pero si no hay alguien capaz de dar voz viva al enclave, nos quedaremos sin escuchar el rumor de su magia. Por este motivo la piedra angular de Anima Mundi son sus guías, estudiosos pero, sobre todo, apasionados de esos lares que se pierden en el paisaje y nos esperan para hablar de aquellos rumores dormidos que despiertan al viajero-buscador.
Escritores, investigadores, expertos que han vinculado su vida y sus experiencias a conectar de forma plena, sin cortapisas ni prejuicios, con aquello que sigue vivo y ha de ser descubierto de la mano del cicerone que ama y respeta como el antiguo druida, el espacio sagrado que recorren sus pasos.
Conoce a nuestros guías por la Iberia mágica:
En Sevilla con José Manuel García Bautista y Jordi Fernández Cabrera.
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Te invitamos a que nos envíes las preguntas, dudas y otras cuestiones que te plantees acerca de Anima Mundi. Para ello, puedes emplear cualquiera de las vías que te ofrecemos, como el teléfono o nuestra dirección de correo electrónico. Aquí tienes nuestros datos para que nos conozcas mejor.
Solicitud de información: Teléfono: 691 232 842. Mail: info@rutasiberiamagica.com Presentación Quien no ha salido nunca de su tierra está lleno de prejuicios, aseguraba el escritor italiano Goldoni. Eso no quiere decir que el mero hecho de viajar nos haga mejores personas, pero sí nos hace ser más tolerantes, tener otros puntos de vista más amplios, otros valores, otras percepciones y aportaciones muy útiles para poder comprender a un país, un pueblo, una región o incluso una religión.
El viaje, si se hace con consciencia, es mucho más que un viaje, es una sutil escuela de aprendizaje porque no hay dos viajes iguales, como tampoco hay dos formas iguales de sentirlo. ¿Cuántas veces ha pasado que dos amigos que han hecho el mismo recorrido por el valle del Nilo, por las ruinas mayas del Yucatán o por la catedral de Santiago de Compostela a su regreso cuentan sensaciones diferentes? Los dos han estado en Egipto, en México o en Galicia, pero son dos viajes distintos. A uno de ellos el viaje le ha calado hasta el tuetanillo, sintonizando con el lugar, y al otro le ha dejado totalmente indiferente.
Esa es la diferencia entre ser un turista y un viajero. El turista no viaja, se desplaza; no mira, sólo ve cosas; no recuerda, únicamente hace fotos. En cambio, el viajero sabe a lo que va y para qué va. Tiene ansias de conocimiento, quiere saber más del lugar que visita, empaparse de su belleza, de su historia y de su magia. Y si llega la oportunidad, le gusta tocar las piedras, abrazar a un árbol, compartir sus experiencias con sus compañeros de viaje, saborear el plato típico de la zona, ensimismarse con un capitel románico o perderse en los laberintos de una catedral. Al viajero le gusta disfrutar del momento, le gusta estar y mirar, sí, mirar, observar, extasiarse y hasta meditar si fuere menester. Un turista se puede cruzar con un viajero y ni siquiera se verán. Buscan cosas distintas: el turista la última foto y el viajero el último instante.
Sabemos que en estos tiempos donde la prisa es un denominador común, donde el estrés forma parte de nuestra rutina, donde el viaje lo entendemos como un lugar en el que pasar las vacaciones con la familia, es muy difícil entender la enseñanza oculta y el mensaje subliminal que nos trasmite cada ruta que emprendemos en nuestras vidas. Pueden ser muchas o pocas, de largo recorrido o a la vuelta de la esquina, pero todas ellas son capaces de transformarnos.
Por nuestra experiencia sabemos que muchas personas buscan algo en cada viaje que emprenden y a veces ni ellos mismos lo saben. Unos creen que están allí por casualidad, otros porque va su compañero o su cónyuge, otros porque no tenían una opción mejor para esas fechas, otros para ver si encuentran un ligue ocasional, otros que más dá. La mayoría no se da cuenta de que lo importante no son las razones por las que están allí sino el hecho de estar allí. Ellos no eligen el enclave, es el enclave el que les elige a ellos.
El viaje tiene que ser un arte. Si lo entendemos así comprobaremos que cada viaje nos va transformando poco a poco y mucho más si recalamos en lugares que tradicionalmente han sido considerados mágicos. Hay que tener en cuenta dos factores: la compañía (¡cuántos viajes se van al traste por no saber elegir al compañero, a la agencia, al guía o al grupo adecuado!) y tu estado de ánimo (¡cuántos viajes se chafan por no estar con la predisposición positiva adecuada!) Para viajar hay que ir ligeros de equipaje y no nos referimos exclusivamente a la ropa de la maleta o la mochila sino a ir libres de prejuicios, de inquietudes, de malos rollos, de angustias, de miedos y de convencionalismos.
En cualquier viaje tened claro una vieja Ley: Nada ocurre por casualidad. Por tanto, tú que ahora estás leyendo esto y no por casualidad te damos la bienvenida y un pequeño consejo: cuando viajes puedes elegir hacerlo como turista o viajero y si lo haces de esta última manera recuerda que lo más importante no es el destino final sino el propio camino, porque el viaje es el arte del encuentro, con la propia naturaleza, con otros compañeros de fatigas y con uno mismo. No lo olvides.
Por todo esto y por más, sed bienvenidos para descubrir, si os place, el alma del mundo. Jesús Callejo, Julio César Pantoja y Gonzalo Rodríguez

