España, 2012. Director: Juan Antonio Bayona. Guión: Sergio S. Sánchez, sobre un argumento de María Belón. Fotografía: Óscar Faura. Música: Fernando Velázquez. Intérpretes: Naomi Watts, Ewan McGregor, Tom Holland, Samuel Joslin, Oaklee Pendergast, Marta Etura, Sönke Möhring, Geraldine Chaplin.
Una playa paradisíaca con aguas azules y cristalinas, una cabaña de lujo a pie de la orilla, una piscina junto a la arena y rodeada de cómodas hamacas, son las vacaciones perfectas para un matrimonio con tres hijos. Y de repente ocurre lo imposible: una ola gigantesca arrasa el lugar y, en muy pocos segundos, el paraíso se convierte en un infierno. Es como un cruel número de magia ejecutado por la naturaleza, todo desaparece por completo: los turistas que tomaban el sol, la bonita cabaña, la magnífica piscina, .
A partir de ahí, la historia se centra en la odisea real que vivió esta familia (españoles en la realidad, extranjeros en la ficción), y la mayor parte del relato adopta el punto de vista del hijo mayor, un niño de unos doce años que contempla un horror que jamás podía haber imaginado. Es lo más acertado de la cinta, describir la dimensión de la tragedia a través de la mirada de un niño cuyo mundo se ha desmoronado; todo está en sus ojos: el caos, el desconcierto, el miedo, la incomprensión ante algo que rompe su esquema mental de una vida regalada. Ninguno de los turistas que fueron barridos por el tsunami podía imaginar algo como esto, y mucho menos un niño occidental que sólo ha visto catástrofes por televisión (cuando no está jugando a la Play). Ahora se topa con el desastre de la forma más brutal (tremendas las imágenes de los heridos en el hospital). Es él quien le da una dimensión a la hecatombe, quien trata de asimilarla y enfrentarse a ella, cuidando de una madre que sufre heridas serias y obligado a madurar a marchas aceleradas.
El punto de vista no es el único acierto a la hora de narrar esta historia. También lo es el hecho de contar una catástrofe a través de pequeños detalles: un nombre escrito en un brazo, la importancia de una simple llamada telefónica, o el valor de la caricia de un niño en medio de la devastación. Es brillante cómo Juan Antonio Bayona nos transmite un cúmulo de sensaciones a través de esas breves pinceladas de humanidad y cómo las convierte en piezas significativas que describen con inteligencia el drama y el sufrimiento de esta familia. Esos detalles también contribuyen a plasmar uno de los mensajes principales del filme: lo pequeños y vulnerables que somos, seres insignificantes e indefensos en un planeta que está vivo y cuya naturaleza puede destruirnos en un instante. Qué pequeños somos, pero qué grandes al mismo tiempo, capaces de sobrevivir a un embate de este tipo, de mostrar solidaridad en los momentos más apurados, de encontrar la fuerza necesaria para proteger a los nuestros ante un peligro, de levantarnos tras un golpe y no perder la esperanza ante un panorama desolador.