Hasta aquí llegó. Lo esperábamos a pie de reporteros en el hospital de Montepríncipe. Presentíamos, por lo que decían sus hijas, que de un día a otro nos daban la triste noticia; bueno: la peor noticia, porque la triste de su urgente ingreso ya estaba servida en el corazón de muchos, en el lugar escogido del aprecio más sincero. Ha muerto José Luis Uribarri.
Otro que se va de la etapa de oro de una forma de hacer las cosas que apenas se lleva. Hay que ver los estragos que hizo en la capacidad de esfuerzo de la gente aquello que se llamó la cultura del pelotazo. De aquellos polvos estamos en estos lodos.
Otro que se va del siglo de oro de una televisión en la que había que ver tanto habiendo tan poco como una cadena y el UHF. Ahora es al contrario: nunca hubo que ver tan poco habiendo tanto. La de cadenas que sólo sirven para tirar de ellas como de la cisterna. La de zapping que hay que hacer para dar con algo que valga la pena. Ni entre todas serían capaces de citar los nombres del talento de los tiempos en que sólo teníamos una televisión oficial: Jaime de Armiñán, Gustavo Pérez Puig, Enrique Martí Maqueda, Narciso Ibáñez Serrador, Joaquín Soler Serrano, José Luis Balbín, Pedro Amalio López, Arthur Kaps, Francisco Navarrete no acabaríamos.
Uribarri, José Luis, merece irse en paz, que fue lo que mejor retransmitió en esta vida, su paz, más que la Eurovisión, mucho más, ¿dónde va a parar? Uribarri debe ser despedido y recibir de nosotros el último adiós con el mismo tono cálido de su voz familiar de tele de siempre, de tele de los primeros años en blanco y negro, de cartas de ajuste, de despedida y cierre, de locutores de continuidad, los que anunciaban la programación de cada día, de tele de meriendas con Locomotoro y después con Los Payasos, la tele de vamos a la cama, la de los dos rombos por un simple y fugaz beso que se le ocurriera dar al Santo (la de noches que me fastidió el atractivo irresistible de Roger Moore haciendo de Simón Templar).
Se dice que Uribarri fue la voz de Eurovisión. Por supuesto. No hubo otro como él para sabérselas todas de los entresijos del festival. Pero pudo haber sido la voz de muchas cosas más y el PSOE se lo impidió. ¿Saben cuántas veces cabe en esta tarde la foto de Uribarri que publica El País dentro de otra que dedica a una fallecida editora? Dentro del mundo artístico, vedado al gran público hasta que se decide lanzar una información, se sabe todo. Y he dicho todo. Y se sabía lo que le estaba pasando a Uribarri, una gran figura relegada por la televisión socialista a eso que llaman hacer pasillos. ¿Dijo algo públicamente el sufriente y caballero Uribarri? Su clase ejemplar le indicó el silencio. Yo lo sé bien, porque le traté en aquellos difíciles años de los que desterraron profesionalmente a todos los que llamaron franquistas, cuando su único pecado había sido coincidir cronológicamente con la época que les tocó.
Fue la voz de Eurovisión, sí, que no era poco para desenvolverse magistralmente en un trance de audiencia millonaria. Pero pudo haber sido, y no lo dejaron -los socialistas- la voz de muchas más cosas. Lo mismo que lo sé yo, lo saben otros. ¿Alguien se atreve a contarlo?
Que descanse en paz el bueno y grande de José Luis Uribarri, pero que descanse también con justicia. Y que no vengan a traer flores en la muerte los que no saben regalarlas en vida.