Primera parte
Ese nazareno que parece salir de los callejones en sepia de Luis Arenas, cuando en 1947 publicó su primera gran obra gráfica, Semana Santa en Sevilla, con los textos de Luis Ortiz Muñoz; ese nazareno que lleva a un niño de monaguillo y es la viva imagen del sembrador que salió a sembrar; ese nazareno en los tonos antiguos de un Martes Santo que ha tostado el sol de una vieja estampa es, sin embargo, un nazareno de comienzos del siglo XXI, de hace cuatro o cinco años, no más. Se llama Joaquín Moeckel y acompaña a su hijo para salir en la cofradía de Los Estudiantes.
La foto -que no es tal foto- es en realidad un instante de secuencia del video que le produje sobre este y otros momentos cofrades. Se hizo muy conocida cuando ABC anunció con ella, a toda plana y durante muchos días, el Pregón de Antonio Burgos. En la actualidad es una de las escogidas fotos que, enmarcadas, adornan la sala de juntas del bufete del famoso abogado. El original es una grabación digital en color de la que yo extraje este momento que me sugirió por su belleza y clasicismo una auténtica evocación de solera. Le suprimí de la imagen real una moto que estaba aparcada sobre la acera y, adaptando su formato rectangular -televisivo- a vertical, la convertí a un tinte añejo que la dotó del sabor que yo había presentido. La guinda fue, de forma natural, dejar un pequeño rótulo con la palabra Arenal para ubicar una escena que no podía encontrar mejor detalle de lo más genuino.
Pero detrás de esta foto -como detrás de todo- hay una historia, una de las más entrañables que haya vivido como cámara y editor.
Moeckel conocía mis reportajes a través de los que le había hecho a Rogelio Gómez, Trifón: cuando le entregaron la medalla de oro al mérito en el trabajo, las bodas de plata sacerdotales a un cura en Santander, una cena ofrecida en su honor por la Comunidad de Cantabria, el toque de las Lágrimas de San Pedro desde el mismísimo cuerpo de campanas de la Giralda y el remate, en tierra firme del Postigo, de una tarde de Miércoles Santo en su casa sobre el ritual de vestirse de nazareno para El Baratillo.
Yo tenía noticias de que Moeckel alababa mucho mi trabajo; que incluso recurría a expresarse de esa manera, como una semántica propia de la gracia sevillana, en la que tantas veces un insulto en otra parte consigue ser aquí laudatorio:
-Este hijodeputa ¿cómo puede hacer eso?
Como en Sevilla te digan hijodeputa de un tirón, te están diciendo que tío más grande eres. Como yo se lo dije un día a Pascual González, el de los Cantores, cuando me dejó asombrado con su talento. Ya lo contaré.
El caso es que Moeckel me llegó a encomendar la cena homenaje que la ciudad le rindió a su padre, el venerable germano don Otto, en el Hotel Inglaterra. Le gustó tanto el resultado que, al cabo de los meses y al encontrármelo casualmente un Viernes de Dolores por La Campana, tuve tranquilidad y confianza para espetarle:
-Joaquín, tú te lo puedes permitir: deberías dejarle a tu hijo para el día de mañana el documental de su infancia cofrade junto a su padre.
Sabía que se le podía decir eso en aquel momento a un hombre que no tenía el más mínimo problema económico, el abogado de Carmen Martínez Bordiú, Victorio y Lucchino o MacDonald´s. El mismo que había promovido las adhesiones necesarias para restaurar nada menos que la Parroquia del Salvador, dando ejemplo con la entrega altruista de los primeros seis mil euros salidos de su bolsillo. Por eso me encontré una respuesta inmediata, la propia de alguien con el panorama de la vida siempre claro y cuya mente pareciera ir de continuo sobre las cuatro ruedas de un Ferrari.
-Muy bien. De acuerdo. Haremos el Martes Santo de acólito en Los Estudiantes y el Miércoles Santo, de nazareno, en El Baratillo. Y el documental se llamará De monaguillo a nazareno.
Un hombre bien trillado en medios de comunicación me daba hasta el titular. Todo resuelto. Quedaba, eso sí, que llegaran las dos hermosas tardes de una Semana Santa a punto de comenzar.
Quien realmente le había propuesto de un sopetón a Joaquín Moeckel que llevara a cabo el reportaje de su hijo, no era tanto yo como un niño de dos años que salió desde el fondo de mi infancia vestido de nazareno en La Hiniesta. Demandaba para otro lo que hubiera querido para sí. Al cabo de los años de aquel Domingo de Ramos de 1960 tenía que conformarme con dos o tres fotos en blanco y negro delante del palio. Pero ahora había nacido una nueva generación en la suerte de estar rodeada por los medios digitales como la cosa más normal del mundo. ¡Si a mí me hubiera pasado lo mismo! ¡Si pudiera verme con mis padres, con mis abuelos, contemplar todo lo que pasó aquella tarde, con sus voces, con el sonido de una Semana Santa lejana! Tendría, desde luego, por cada video una colección de cuchillos de la ausencia; pero también un tesoro de valor incalculable. El que siempre va a tener el niño Joaquín Moeckel.
José María Fuertes