Aquel a quien me encuentro por las páginas de Facebook enviando un comentario después de leer mis añoranzas por Pepe Perejil. Aquel que escribe lo de entrañable, sí señor, no es otro que José María Maldonado. Me está honrando con su tiempo y su palabra uno de los compositores más importantes que haya tenido Sevilla, que tiene Sevilla. Aquel a quien me presentó Alberto Schlater una tarde de hace montones de primaveras, cuando estaba sentado en una silla de tijeras de aquellas color naranja, tirando a butano, de la Plaza Nueva. Tomaba el sol y el aire aquel que dice que nos dieron a luz donde la luz merece la pena verse. ¡Ole tus huevos! Aquel que me enseñaría a escribir palabrotas en las canciones cuando el corazón se te pone bravo y la vida se ha abierto de capa para que la embistas.
José María Maldonado: Aquel ídolo de los años más jóvenes que cantaba Hermana Antonia o De la rosa dueña, el que fundó el grupo Crónica, el que grabó sus discos con Novola: la compañía de Serrat, la de Massiel, Los Brincos, Juan Pardo o Marisol, en aquellos tiempos en que un disco sólo podía grabarse en Madrid o en Barcelona. Faltaba mucho para que lo hicieran posible los hermanos De la Cueva, Pablo y Carmen Domínguez, y los sacaran Pasarela o Senador.
José María Maldonado: El que fue entrevistado nada menos que por Iñigo en la única televisión en blanco y negro que teníamos, cuando en una noche como aquella te estaban viendo tranquilamente veinte millones de españoles.
José María Maldonado: Aquel que vivía en Juan Sebastián Elcano y traía locas a las niñas de Los Remedios y a las colegialas del Santa Ana. Aquel gran pensador en contra de la censura de la Propiedad Intelectual y de tantas otras censuras, al que le empezó a latir un disidente que abrió en esta ciudad muchos caminos por los que después cogimos los demás. Los caminos que aún no han terminado para él y se han hecho largos y fecundos por varias veces hasta Compostela, dejando un reguero de musicales flechas amarillas que se te clavan como una eterna inquietud. La inquietud de un hombre que jamás se hará mayor, siempre empezando, siempre ilusionado, siempre buscando, al que encontraré cada vez que quiera en la silla de la Plaza Nueva, al que me seguirá presentando Alberto hallándolo junto a Fermín Illana.
José María Maldonado: Con quien trabajé algo más de un año -un lujo para mí-, en su estudio, casi a diario, escribiendo conjuntamente decenas de canciones, colaborando en sus producciones, compartiendo su atalaya con aroma de Arco y calle Feria, cerca de su diosa. Un maestro para quien como yo no pierde nunca el hambre del aprendiz ni un alma de esponja que se lo quiere llevar todo. ¡La de cosas que me enseñó! Un solo rato con él es una Biblia. Hasta me hizo cantar un tango de enganche por una muchacha. Y en un mismo sagrario guarda a Beethoven con Los Beatles. Acoge tanto a sus amigos y es tan sevillano, que de un mostrador con viandas y conversaciones inolvidables es capaz de hacer de su cocina la taberna El Rinconcillo. O ese Quitapesares del Perejil de mi nostalgia con la barra servida por los cantares de mi admirado José María Maldonado. Te quiero, tocayo. Besos a Luisa y a vuestra hija.
José María Fuertes