Esto va sonando al mismo perro con distinto collar. Por supuesto que señalando diferencias notables con el PSOE, pues al PP no le suele dar, salvo casos puntuales, por el saqueo y la corrupción. Esto va dando olor -mal olor- a política continuista, a si te vi no me acuerdo con lo del cambio y donde dije digo digo Diego. Y el hombre que usa el latiguillo de que tiene el convencimiento de esto o aquello, se desdice, ya con el poder en la mano, sobre la profunda convicción de que no subiría los impuestos, por más que esa idea formara parte decisiva de su clima electoral. Tiene los huevos cogidos por la Unión Europea. La soberanía nacional es una vieja reliquia que se cae a pedazos en la Constitución, que también está muy vieja, pues la vigencia de las constituciones -por más que aspiren por naturaleza a la perpetuidad- no se mide en años como los que pueden llegar a cumplir los seres humanos a los que rige; no son tan longevas como se proponen ni llegan a los ochenta o noventa de una media de esperanza de vida. En treinta años como mucho de promulgarse, están superadas por el ritmo vertiginoso de los pasos que da hoy la sociedad, además de que las normas autonómicas vayan convirtiendo los principios constitucionales en auténticas mentiras, como esa de que los españoles somos iguales ante la ley. La nuestra de 1978 está muy bien para hacer el puente de la Inmaculada, pero la verdad es que está en entredicho pendiente de una reforma y cogiendo artrosis en algunas de sus articulaciones, incapaz de una circulación fluida por las auténticas venas de la realidad.
La Comunidad tiene asediada la soberanía de España con más peñones que el de Gibraltar. Por eso no valen para nada los convencimientos de Rajoy. Y lo que con el PP parecía encaminarnos a un Gobierno de Maternidad y haber visto la cara de una nueva criatura con modos de estreno y pulmones limpios, nos va resultando un Estado moribundo que apenas mantiene las constantes vitales.
Sé que cualquier Gobierno que empieza necesita márgenes de confianza y un legítimo compás de espera. Pero ha sido el mismísimo Presidente el que de manera fulminante ha desprovisto de confianza a gran parte de los españoles desde el momento en que ha incumplido una de sus grandes bazas para generar respiración. Si encima de subir los impuestos ha aumentado las retenciones fiscales, condecorado a Zapatero con el Gran Collar de Isabel la Católica y acordar en Consejo de Ministros una reforma laboral más que dudosa para generar empleo, no ha podido poner más en su contra a los propios votantes del PP de toda la vida, que empiezan a levantar las orejas. A lo mejor no es más que la hora de la verdad de un político que llegó a presidenciable cuando a falta de pan de Aznar buenas fueron las tortas de Rajoy, por culpa de la implicación en una guerra ajena que nos dejó sin el auténtico estadista.
Reconozco que soy puro y duro, pero no más que la vox pópuli desengañada en el mismo comienzo de una legislatura que moralmente debiera haber sido esperanzadora y mucho más ilusionante. Los propios periodistas de los diarios más conservadores han abordado al Ministro de Hacienda con preguntas capciosas acerca de la subida de impuestos, incrédulas con la argumentación del Gobierno de no esperar tanto como se han encontrado. Montoro ha contestado como ha podido con la voz metálica y hueca del disimulo.
Pero quienes han llamado al pan, pan y al vino, vino y a la subida de impuestos como se merecía, han sido Sabina y Serrat. Bien acostumbrados a manejar con maestría las palabras, expertos geniales en poner que hablamos de Madrid, que un nombre sepa a yerba o un desaguisado amoroso dure 19 días y 500 noches, han dicho que lo de subir los impuestos es una estafa. Ya está. Eso es. Sin paños calientes. La verdad desnuda sin conservantes ni colorantes. Sin poesía alguna para hacer lírica en un país sin rima y lleno de versos sueltos.
Sin embargo y de momento -de momento- a Rajoy le viene bien una parte de la herencia socialista que fue queja de Aznar y que los políticos -todos sin excepción- empiezan a distribuirse en partes alícuotas: la cultura de la resignación. El pueblo aguanta ya lo que le echen. Parece. Hasta que un día Quiera Dios que las imágenes de hoy en Grecia, enfrentados por las calles miles de desesperados manifestantes con las fuerzas de seguridad, no sean un tráiler de España.
José María Fuertes