Como uno siempre debe creer que tiene mucho que aprender, ayer pusieron a mi alcance otra lección decisiva: que otros se encargan de las letras mientras yo me encargo de la vida. Otros están para buscarle los tres pies al gato o a la ley su trampa. Lo mío es irme junto a una familia y a una sociedad que están escandalizadas por una sentencia. Como bien dice Javier Casanueva, tío de Marta del Castillo, con esta resolución los magistrados crean para los criminales manuales de cómo matar y salir impunes. Los de las letras, están satisfechos con la sentencia y, en el caso de los abogados, hasta solicitan respeto para sus clientes. Yo recorro un espacio invisible y llego hasta el sofá del que no ha podido levantarse una madre sobre la que pesan toneladas de dolor. Eso es lo que tú tienes, Eva, un corazón de esos de vírgenes con la daga bien clavada sobre un pecherín de espantos. ¡Qué pena que no tengas letras para consolarte, mentiras para protegerte, y te hayan dejado en la desolación de llevar a las espaldas una cruz más inseparable que la de la Soledad de San Lorenzo, con un sudario sin brisa en tus pulmones ahogados de tanto llorar!
Es una lástima, Antonio del Castillo, que tú tampoco formes parte de los de las letras y encima, para colmo, no seas un experto en Derecho Penal y supieras considerar la valentía de la Sala al condenar a Carcaño a pesar de la escasez de pruebas. Yo no puedo aclararte nada de esto, pues ya te advierto que no me dedico a las letras, aunque pudiera parecerlo por escribir en este periódico. Yo, ya lo he dicho, me dedico a la vida. Lo mío es la indignación junto al resto de un país al que ahora quisiera amordazar un letrado con el flaco argumento de que hay que acabar con los juicios paralelos. ¡Qué ocurrente, después de que un ordenamiento jurídico incorpore la institución de los jurados populares! ¡Qué malabarismo verbal para procurar abortar la libertad de expresión consagrada en democracia! ¡Qué forma de llamar leguleyos a los asombrados que no comulgan con piedras de molino! ¡Cuántos periodistas de peso y de prestigio caerían en el día de hoy tras la publicación de sus columnas o la divulgación de sus comentarios sobre la sentencia! ¡Cuántos cortafuegos sobre las redes sociales que están multiplicando un lazo negro y amargo de impotencia y protesta! Supongo que no entrará en la idea de los juicios paralelos que fuentes de la Fiscalía consideren la sentencia como decepcionante. He dicho de la Fiscalía. ¡Más vale acabar con otras cosas que todos nos sabemos, en vez de perseguir fulminar la inquietud y preocupación de todo un país ante una Justicia que no se realiza en montones de causas!
Pero lo mío, lo de la inmensa mayoría de los españoles de los que formo parte, ya se ve que no son las letras, escudriñar vocablos y hallarles la minusvalía del idioma que todos hablamos. Lo mío es encargarme de la vida, estar junto al pálpito de la gente, salir de los latidos de millones de desilusionados. Lo mío es apartarme de los técnicos, de los promulgadores de una serenidad que resulta sospechosa y una calma que implica pura y dura complicidad. Los de las letras nunca sirven para clamar en el desierto, comer langostas si hace falta y llamar a las cosas por su nombre aun a riesgo de perder, cortada, la cabeza. Con las letras les dejo; sus adúlteras letras bien lejanas e ignorantes de la realidad, ajenas a la sangre que corre por las venas y a la que hizo posible la existencia de Marta del Castillo hasta que un criminal y sus encubridores acabaron con ella.
Yo me encargo de la vida, esa vida humana, o mejor inhumana, que se está haciendo peligrosamente volátil para todos por más que unos irresponsables temerarios se esfuercen en disimularlo. Pero el que parte de la sociedad se empeñe en seguir bailando en el salón, no impide que en el cuarto de máquinas otros sepamos que el Titanic se está hundiendo. Después, que no digan con el agua al cuello.
José María Fuertes