The Iron Lady. Gran Bretaña-Francia, 2011. Directora: Phyllida Lloyd. Guion: Abi Morgan. Fotografía: Elliot Davis. Música: Thomas Newman. Intérpretes: Meryl Streep, Jim Broadbent, Anthony Head, Richard E. Grant, Roger Allam, Olivia Colman, Nicholas Farrell, Alexandra Roach, Harry Lloyd.
Una de las anécdotas más jugosas de la historia de Hollywood es aquella en la que Bette Davis puso un anuncio en la revista Variety buscando trabajo, con la frase Actriz con 30 años de experiencia en el cine busca empleo. Eran los años 60, cuando su carrera entró en decadencia y el fulgor de su época más dorada había dejado de resplandecer. El caso de Bette Davis se ha repetido a lo largo de un siglo: cuando una actriz alcanza una cierta edad, los productores dejan de llamar y buscan a otra cara más joven y prometedora. Es difícil encontrar a una estrella femenina que sobreviva al paso del tiempo y que mantenga su estatus (y su caché) durante más de treinta años. Muchas acaban relegadas a personajes secundarios o encuentran refugio en la televisión. No es el caso de Meryl Streep, que en la última década, y a punto de cumplir los 63, sigue brillando con personajes principales en títulos como El diablo viste de Prada, Leones por corderos, ¡Mamma Mía!, La duda o Julie y Julia. Y al margen de su impresionante curriculum (record de nominaciones al Oscar, con un total de 16, dos de ellos ganados), el rostro de Meryl Streep continúa haciendo pasar por taquilla al gran público, sin perder un ápice del magnetismo que ha cautivado a millones de espectadores desde que llamó la atención en El cazador (1978).
La Dama de Hierro es de esas películas que se basan casi exclusivamente en la presencia de una estrella al frente de su reparto. El presupuesto, la distribución, la campaña publicitaria, todo está orquestado al servicio de Meryl Streep. Es ella quien llena por completo la pantalla con una magnífica caracterización y otra de sus grandes lecciones de cómo meterse en la piel de un personaje. No se le pueden poner peros a su interpretación, y sólo por eso vale la pena pagar una entrada. ¿Y la película? Pues, lamentablemente, no está a la altura de la actriz protagonista, y eso que la vida personal y profesional de Margaret Thatcher posee los suficientes atractivos para construir una buena historia: la hija de un tendero se mete en política con sólo 24 años de edad, y en un mundo dominado por hombres llega a ser la primera mujer que lidera un país europeo como Primera Ministra; elegida por tres veces consecutivas, el gobierno de la Dama de Hierro (un apodo que le pusieron los rusos), vivió acontecimientos clave de finales del siglo XX: la guerra de las Malvinas, el final de la guerra fría, el nacimiento de la Unión Europea, y siempre con decisiones salomónicas que le hicieron ser amada y odiada a partes iguales (entre sus mayores simpatizantes, el también belicista Ronald Reagan).
Mediante saltos en el tiempo, desde la actualidad hasta el pasado, el filme recrea una vida apasionante desde su juventud, pero por desgracia falta la sapiencia de un cineasta más experto que la directora Phyllida Lloyd (su único trabajo digno de mención es la divertida ¡Mamma mía!). Los baches narrativos son constantes, los diálogos y distintas situaciones rara vez poseen algo de ingenio, y apenas consigue emocionar en algún momento. Carece de toda la garra y la fuerza que tiene el personaje. Por eso, La Dama de Hierro sólo se salva por el buen hacer de Meryl Streep, se queda en algo tan correcto como decepcionante, y nos hace soñar con lo que podría haber sido este biopic en otras manos más capaces. Una lástima.