Tendré que agradecerle siempre al mundo del espectáculo y al de las artes en general que me ofreciera conocer con cercanía, proximidad y hasta amistad a gente interesantísima, nada común. Los artistas están en la misma tierra de humanos que estamos todos, pero su pasta es especial y diferente. Ni mejor, ni peor: sencillamente diferente. Por eso no quiero decir que sean los únicos seres interesantes que existen, ya que donde menos te lo esperas puede saltar la genialidad y el pensamiento de alguien que tiene mucho que enseñarte. Con la ventaja de que no siendo artista seguramente transitará esta vida con más normalidad que si lo fuera, con menos manías y menos rarezas. Pero a lo que iba: he tenido delante, sin barreras y abiertamente a creadores auténticos que por eso mismo fascinan. Uno de ellos, con diferencia, ha sido Antonio Montiel, el pintor malagueño. Le debo el recuerdo de una anécdota muy bonita y agradable.
Hace algunos años me envió una felicitación navideña absolutamente singular, cuya ilustración consistía en reproducir uno de sus cuadros: el que había pintado imaginando a Marisol como si fuera la Virgen María con el Niño Jesús.
Muchos saben que Marisol, Pepa Flores, es la musa de Antonio desde su adolescencia o incluso antes, desde su infancia. Antonio fue un niño más de los de este país que quedó atrapado por los ojos azules de aquel ángel que llegó en una película que yo vi en el cine San Fernando, de Punta Umbría. Aquel ángel que descubrió no Goyanes, sino su hija, esa es la verdad. Y tuvo España un universo marisolero de canciones, revistas juveniles, banderines, postales, que nos hizo crecer con la cara de una niña increíble. Pero parece que a Antonio le dio más fuerte que a nadie y un buen día se presentó en la puerta de la casa del ídolo y dijo que de allí no se movía hasta que lo recibiera. La estrella cedió y Antonio vino a decirle que no se conformaba de ella con un rayo de luz, sino con un rato de su resplandor. Así surgió desde entonces una fuerte y sólida amistad entre el pintor y su musa, que ha propiciado obras de Montiel como rutas por los rasgos y los perfiles hermosos de la malagueña.
No fui capaz de corresponder a Antonio con otra felicitación mía al uso, de esas que para salir al paso recurren a la palabra igualmente como un cumplido. Y le escribí el siguiente soneto:
A LO MEJOR TÚ SABES LO QUE HAS HECHO O PUEDE SER QUE NO SEPAS BIEN DEL TODO Y SE TE ESCAPE DEL ARTE Y DEL TALENTO ADÓNDE LLEGAS PINTANDO ESTE TESORO. A LO MEJOR ES POSIBLE QUE CONTROLES NUESTRA EMOCIÓN DE GENTES CELEBRANDO ESE PORTAL QUE BUSCAN LOS PASTORES Y AL QUE SE ACERCAN LOS BUENOS REYES MAGOS. PERO, CON TODO, SERÁ SENCILLAMENTE, QUERIDO ANTONIO QUE TANTO LA HAS MIRADO, UNA VEZ MÁS TU MUSA POR DICIEMBRE.
Y ¡ES MARISOL! POR MOR DE TU MILAGRO COMO LA VIRGEN HERMOSA Y SONRIENTE LA QUE SOSTIENE A JESÚS ENTRE LOS BRAZOS.
Mi sorpresa no tuvo calificativos cuando a la vuelta de los días Antonio me envió un nuevo sobre, un sobre algo grande: me contaba que le había encantado el poema tanto que se lo enseñó a Marisol. Y a ella le gustó hasta el punto de que sintiéndose muy agradecida quiso hacerse una foto con Antonio para estampar juntos sobre la misma una afectuosa dedicatoria. Pepa Flores, que desde hacía muchos años y como todo el mundo sabe no había querido más identidad que la de su propio y verdadero nombre, tuvo en consideración saber por Antonio que yo fui parte de esa generación que se embelesó con ella en la infancia, por eso me firmó de las dos maneras, añadiendo el autógrafo de sus tiempos como Marisol.
José María Fuertes