XL Semanal recuerda la dura infancia de la actriz que logró convertirse en el mayor mito sexual del siglo XX.
"Mi madre jamás sonreía. Nunca me besó ni me sostuvo entre sus brazos. Luego me enteré de que su padre y su abuela habían muerto en un manicomio".
A menudo me sentía sola y deseaba morir. Intentaba animarme con fantasías. En la iglesia los domingos, tan pronto como me arrodillaba en el reclinatorio y los feligreses cantaban un himno, surgía el impulso de quitarme la ropa.
En 1954, Marilyn desnudó su alma al escritor Ben Hecht para que escribiera sus memorias. Se editaron 20 años después y en España pasaron inadvertidas. 'My story', el testimonio de su infancia, regresa ahora a las librerías para darle voz y XL Semanal comparte con sus lectores los recuerdos más amargos de la niñez del mito estadounidense.
Una madre enferma mental, orfanatos y abusos sexuales. La pequeña Norma Jean Baker soportó una infancia más que adversa. Aquella niña triste y amargada que creció con rapidez casi nunca se marchó de la que luego fue Marilyn Monroe, la estrella de cine más deseada del siglo XX. Con el éxito rodeándola, aún continuaba diciendo «nunca viví, nunca me amaron».
Mi madre era muy guapa y nunca sonreía decía la actriz-. La había visto a menudo, pero no sabía bien quién era. Nunca me había besado ni sostenido en brazos, y apenas me había hablado. No sabía nada de ella. Años después, me enteré de que su padre y su abuela murieron en un manicomio, de que su hermano se suicidó y de que había otros fantasmas en la familia.
Desde muy joven, la actriz conoció la soledad. Tras vivir con una familia, que la acogía por cinco dólares semanales, y ver como se llevaban a su madre al mismo psiquiátrico donde habían acabado su padre y su abuela, vivió entrando y saliendo del orfanato.
Se sentía sola y deseaba morir. Intentaba animarse con fantasías. Imaginaba que atraía la atención de alguien, que me miraba y decía mi nombre. En la iglesia los domingos, tan pronto como me arrodillaba en el reclinatorio y los feligreses cantaban un himno, surgía el impulso de quitarme la ropa. Deseaba permanecer en pie desnuda para Dios y que todos lo vieran, confesaba.
Descubrió el sexo a los nueve años, cuando sufrió abusos sexuales por parte de un tipo que tenía alquilada una habitación en la casa donde vivía entonces. «Pasa, Norma, por favor», le dijo un día. Y aunque sentía miedo, no se atrevía a gritar porque sabía que la devolverían al orfanato. Me murmuraba que fuera una buena chica, recuerda.
A los 12 años ya tenía el aspecto de una chica de 17 y fue, a partir de entonces, cuando los chicos empezaron a interesarse por ella. Cuando la miraban y silbaban, le invadía una extraña sensación, como si fuera dos personas al mismo tiempo: la Norma Jean del orfanato que no pertenecía a nadie y otra cuyo nombre desconocía.
Tras separarse de Jim Dougherty en 1946, se marchó a Hollywood. Sabía que era una actriz de tercera fila, pero pasaba horas y horas en clases de declamación, de baile, de canto, y frente a un espejo, lo que la hizo incluso enamorarse de sí misma, pero no de la que era, sino de la que iba a ser. Ese mismo año, firmó su primer contrato con 20th Century Fox y, aunque fue despedida a los seis meses porque, según la compañía, no era fotogénica, años más tarde, fue contratada de nuevo, hasta ser considerada el mayor activo del estudio.