Cualquier tipo corriente como yo sabe ya de sobra que la suerte está echada. No hay que trabajar en Sigma Dos, ni escudriñar sondeos, ni atender a las encuestas, porque esta vez está desechada por completo la necesidad de prever con esos métodos un resultado electoral. Es suficiente con atender al clamor popular de cambio. La calle y su gente es un hervidero de improperios contra el PSOE y su gobierno, por llamarle algo.
Pero si la suerte está echada, aún no lo está la papeleta del voto. Queda introducirla en la urna. Y ahí conviene no confiarse, porque los denuestos no suman y las indignaciones no cuentan. Lo contante y sonante es un sobre cerrado cargado de futuro.
Futuro es la idea clave el domingo 20 de noviembre de este año 2011, tan distante y distinto de otros; no digamos de 1936. Aunque persigan que no salgamos de allí. Es el enclave histórico que socialistas y comunistas se han buscado cada vez que se les acababan los argumentos; que, dicho sea de paso -y no por las armas precisamente-, es su estado más natural, no tenerlos. Siempre el mitin del mismo color amarillento y tendencioso del cine español sobre la guerra civil. Siempre la demagogia de que lo anacrónico sea actualidad. Y que el sonido del aire en paz de España lleve disparos. Siempre un olor a pólvora en el aliento de sus asquerosas palabras, para asustar a los más débiles intelectualmente hablando, a los más indefensos en la escasa cultura que pudieron recibir por imponérseles, incontestable, trabajar urgente donde fuera para sacar adelante una casa humilde. Siempre la cantinela de los ricos contra los pobres y de los de derechas contra los de izquierdas. Siempre bautizando a la independencia de fascista. Siempre denominando facha al pensamiento libre que nos les sigue en su dictadura encubierta. Siempre dividiendo. Siempre enfrentando. Siempre envenenando. Siempre, siempre, siempre, como una letanía persistente para que resurjan dos bandos superados.
Llega a conseguir Zapatero sus últimas intenciones macabras con lo de la memoria histórica, y a estas horas volvemos a tener niños con el corazón helado por las dos Españas. A estas horas hubiéramos recogido escolares, nuevos hijos -los nuestros- que en vez de encontrarse a Franco en los libros de texto con la misma indiferencia emocional que estudian a un rey godo, llegarían a casa pidiendo explicaciones de sangre derramada con las que se hubiera maleado una generación limpia de nuestros escombros. Una generación inocente de las barbaridades propias de cualquier contienda, pero preguntando por atrocidades pasadas entre unos y otros, entre dos zonas. Una generación infantil destapando tumbas de bisabuelos, sacando cadáveres de antiguos familiares que estarían más bien tranquilos en el sepia de las fotos y no en el hedor de los crímenes.
Afortunadamente no se fraguó bien su plan de odio hasta los tuétanos. Se quedó a la mitad escasa de sus inmensos rencores.
Los niños, salvo por la letra fría de un texto para hacer los deberes por la tarde tranquila y sin bombardeos de España, ya no llevan por sus venas ni a Franco, ni a José Antonio, ni a Falange, ni a La Pasionaria. El viento de los días ya no despierta un olfato a caqui en las trincheras.
El 20 de noviembre, cuando las urnas se quedan llenas de futuro para España, podremos decirle a un hombre que quiso envolvernos de nuevo en la venganza, mientras le sepamos ido para siempre de encargarle nuestro noble destino de españoles: En el día de hoy, libres y sin dispararnos los unos a los otros, han alcanzado nuestros votos los verdaderos objetivos de una democracia. La guerra, Zapatero, tu guerra, tu mísera guerra, ha terminado.
José María Fuertes