A la Duquesa le sienta bien el traje de Sevilla, es su hechura perfecta, su corte clásico. Lo mismo le cae a la medida el estampado de una luz mañanera en buganvillas, que el satén con perfume a historia del Alcázar. Allí la encontré la otra noche. Se entregaron los premios solidarios del Festival de las Naciones. No voy a decir esa memez de que estaba el todo Sevilla, porque, entonces, ¿quiénes son los demás que no reciben una invitación? Voy a decir que estaban el Alcalde Juan Ignacio Zoido de la Esperanza, con mayúscula la Esperanza, la de todos por salir del hoyo, como si fuera ya un apellido compuesto, como López de Lemus o Fernández de Argüeso. Dura un poco más Monteseirín, y Perales se queda sin cantar aquello de he vuelto a la Giralda, que sigue estando en pie. Dura un poco más, un poquito más -como en la nave del olvido- y se cae hasta Giralda TV.
Voy a decir que estaban Francisco Herrero y Adolfo Arenas, presidentes de la Cámara de Comercio y del Consejo de Cofradías, respectivamente. Y que estaba Enrique Esquivias, hermano mayor del Hermano Mayor, del Padre Mayor, del Amor Mayor, que es el Gran Poder. Voy a decir que estaba Raquel Revuelta como ya saben ustedes que está siempre Raquel: guapísima. Y Fátima Álvarez Ossorio, la socia de Rosa Clará, acompañada por su hijo David, un tío apuesto, alto y elegante, que mientras la madre se dedica a las novias, bien podría él ser modelo de Armani. Y estaban Alba Molina, Pepe Da Rosa, Inmaculada Barbadillo, Silvia Peris -la persona de confianza de Tomás Terry-, Cecilia Royo, nieta de aquel ilustre civilista que fue el catedrático don Miguel Royo. Y estaba Mercedes Vázquez, hija de Pepe Luis, aquel rubio torero de la leyenda de San Bernardo; Mercedes estaba con su marido, Nacho. ¡Vaya matrimonio encantador! Si Dios quiere -siempre si Dios quiere- no faltaré a la cita del próximo Miércoles Santo para ver desde su casa de solera del viejo barrio al Cristo de la Salud.
Ni que decir tiene que estaba Carmen Tello, porque eso ya se sabe cuando está la Duquesa. La Duquesa debe ser ya, a estas alturas de su personalidad incomparable, me imagino que tan famosa como Mickey Mouse, porque hasta mi hija María, de siete años, sabe quién es. Desde su boda con Alfonso Díez cualquiera diría no que está hasta en la sopa, sino en las series de Disney Channel. Le dije:
-María, anoche estuve con la Duquesa de Alba.
Y lejos de ponerse a averiguar quién era tal personaje, se limitó a preguntarme:
-¿Y la entendiste, papá?
A la Duquesa le costará hablar, pero los niños no se callan ni una.
Sí, María, la entendí. La entendí yo y la entendió todo el mundo. A esa señora, a esa grande de España, no le hace falta hablar para que sepamos lo que quiere decir. Se le entiende todo perfectamente. Y si se trata de entender, te diré que un día no estará completa la difícil y hermosa historia de Sevilla si no queda atravesada por la brisa libre y audaz de Cayetana. Se le entiende todo, María. Se le entiende que la vida no es otra cosa que un don divino que no debiéramos merecer cuando lo despilfarramos. Se le entiende que se sabe parte de un auténtico milagro en cada amanecer. A Cayetana, tan nuestra y tan suya, se le entiende una pasión encendida y sin desmayo en todo instante de la existencia. Anda despacio Cayetana, pero parece pasar subida al tren ligero de una ilusión inagotable. La intensidad es su única conciencia.
María, hija: a la Duquesa se le entiende todo. Es un ejemplo de beso agradecido con la vida; es una historia de amor con cada día; es un encuentro feliz con despertarse. Y, junto al hombre elegido, ha decidido regalarse en las mañanas la claridad emocionante de Sevilla. Se le entiende todo, María. Más claro, agua.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado