A mí lo de los socialistas y sus últimos días en el poder me está recordando a lo que pasa con el rabo de las lagartijas después de cazarlas y cargártelas: que cortado todavía sigue moviéndose solito un buen rato, como cabreado, dando con la punta de un sitio a otro. Eso tiene una explicación biológica en los nervios, pero en política son los que ha perdido el PSOE. Bueno, el PSOE ha perdido muchas cosas, y además de los nervios la vergüenza. No se va a ir por la puerta grande, desde luego, pero al menos podía tomar el atajo de una salida digna. Pues tampoco. La dignidad no es precisamente su fuerte.
Para este país arruinado, el PSOE no es ya más que un convidado de piedra a las Elecciones, un empecinamiento inútil haciendo campaña electoral. Diría que el PSOE va a pasar a mejor vida si no fuera porque creo que, con su derrota, los que vamos a pasar a mejor vida somos los españoles. Y aunque sabe que tiene un pisotón bien dado y con ganas, ahí anda con el rabo, moviéndolo a la desesperada como si diera coces contra un destino que se merecía tarde o temprano. Se ve que no son más que los últimos espasmos de un estilo inconfundible de insistencia patética en los errores.
José Blanco se despacha a gusto con un remate muy propio de político lamentable como él: No me arrepiento de nada. Un ministro de fomento -será de fomento del paro-, portavoz del gobierno más pésimo no desde que sea acabó Franco, sino desde la primera polis griega si me apuran, dice que tiene la conciencia muy tranquila. Yo creo que más bien la tiene anchísima, porque si no a ver cómo caben apaciblemente tantas tensiones sociales, tantos descontentos y manifestaciones populares de auténtica crispación y desesperanza, tanto trincar, tanto saquear que tiene el PSOE más tantos en contra que un novato jugando al tenis frente a Nadal.
Realmente la frasesita que se las trae no sólo es de Blanco. Hay muchos más estúpidos capaces de decirla, gobiernen o no, políticos, artistas o gente de a pie. La vengo escuchando hace años a lo largo de entrevistas a personajes más o menos relevantes. Y pensaré siempre que semejante perla no es asequible para humanos. Nosotros pertenecemos a una pasta que yerra de por sí. Si a mí me lanzaran la pregunta, diría sin dudarlo -y no soy mejor que Blanco y los imbéciles que contestan igual que él- que tengo mucho de que arrepentirme. Todos los días fallo aquí o allí, en esto o en lo otro. Es la condición seguramente más natural del hombre, que casi desde que nace debe asumirse cuanto antes arriba y abajo, cayéndose y levantándose. El hombre, la persona, ha de corregirse diariamente, de continuo. Si después de esta vida me estuviera esperando otra oportunidad de ser concebido, si me aguardara la hipótesis irreal de volver a nacer, con seguridad que no atravesaría la existencia otra vez igual, haciendo las mismas cosas que sé de sobra que no hice bien. Habría nacido entonces no un bebé, sino el más perfecto idiota.
Si los seres humanos pudiéramos permitirnos en cualquier balance vital la absoluta tranquilidad de no tener nada de que arrepentirnos, Dios no habría pedido nunca la necesidad del perdón entre unos y otros. Nuestro camino es siempre un tanteo. Lo que dure nuestro tiempo en este planeta requiere constantemente un sano ejercicio por mejorar cada momento anterior al presente.
Sinceramente: yo tengo mucho de lo que arrepentirme. Una de las grandes diferencias entre los seres humanos -tan vieja que ya está en el Evangelio- es la de los que son conscientes de su filiación a una raza que se equivoca, y aquellos otros que se creen perfectos. Tengo mucho de lo que arrepentirme incluso llegando mi influencia -al menos la que yo calculo- a una esfera bien normal de familia, amigos o compañeros de trabajo. No quiero imaginar lo que sentiría ahora mismo si llego a ser Pepe Blanco y me voy con una camarilla de desalmados dejando el país que no lo conoce ni la madre -patria- que lo parió.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado