No hay entradas. Todo el papel está vendido. Un éxito de antemano. Pero esa palabra, éxito, le es familiar a José Manuel Soto desde que sacó su primer disco, Desde mi orilla, con la firma sevillana Senador, la de Pablo y Mari Carmen.
La Maestranza está preparada para la noche del martes, a las diez, cuando reciba a los invitados de esta celebración de las Bodas de Plata del artista sevillano. No han cabido todos los que querían estar. Hasta la emoción tendrá un límite. Hubiera sido mucho más desbordante en un estadio como el olímpico o en otro estadio si se quiere, pero bien pensado Soto se ajusta mejor con precisión musical al enclave del Arenal, del río al lado que pasa por sus mismas canciones, de Curro Romero en su estatua, de Triana enfrente, veinticinco años de una orilla a otra para enmarcar poéticamente una ciudad entera que él ama tanto.
Pero quien los cumple de verdad es ella Ella, por la que se escribieron las puestas de sol y las madrugadas, los sueños de amor y las noches amargas. Nunca supimos quién fue ella para que pudiera obrarse el milagro de que fuera la nuestra, la de los sueños de aquel verano en el que salió aquel LP primero. Nunca descubrimos quién fue para que no sonara a nadie y sonara a todos. Así, de cada uno fueron el llanto, la risa, el abrazo, las cavilaciones. De nadie en particular y de todos el amor, el odio, la paz y el tormento
Dichoso el artista que deja en el corazón de la gente una canción para toda la vida. Eso hizo Soto. Tendrá que cantarla siempre como si llevara puesto un segundo apellido artístico, una parte indisociable de la continuación de su nombre. No sé si le cansa cantarla una y otra vez después de estos veinticinco años; pero más cansa, en quienes persiguen un bombazo, grabar un disco detrás de otro sin que contenga finalmente la canción que los lance definitivamente.
De todos modos la creatividad de Soto no se acabó en Por ella, sencillamente porque su sensibilidad es inagotable. José Manuel es un hombre al que hay que echarse a la cara, de cerca, próximo y amigo como yo lo tuve un largo tiempo, para advertir hasta dónde está tocado por la melancolía y la bohemia. Si no se tiene la suerte que yo tuve de encontrármelo un día de juventud por la calle de los sueños, al menos queda la fortuna de averiguarlo en La carta, Déjame que te mire despacio, Echándote de menos, Como una luz, De tanto vagar, Volver a verte además de su largo etcétera de sevillanas.
Guardo hermosísimas cartas que me envió desde la mili, como prosa con fondo de canciones nostálgicas. Siempre estuvo enamorado. Siempre tuvo para la vida esa mirada lánguida y perdida de unos ojos reflexivos, que se lo preguntaban todo. Unos ojos tan dulces como rebeldes, de un verde inconformista.
Mañana martes supongo que mirarán hacia atrás sin ira cuando reúna los recuerdos de tantos peajes carísimos como se pagan en la música. Pero también debería llevar una memoria amable de ayudas incondicionales y prontas como las de José Luis Montoya o Fernando García Tola.
Parece que todavía lo estoy viendo llegar el 5 de septiembre de 1988 a la misma Maestranza que ahora llena él solito con los dos palmos de narices y de canciones de su triunfal carrera, para ver a Julio Iglesias en concierto. Cuando entró en la plaza de toros más bonita del mundo buscando su asiento como un espectador más, la ovación del público lo recibió con todos los honores de la figura que empezaba a ser.
Mañana no es Julio Iglesias. Soto, Jose: mañana eres tú. Vete, nada más empezar, con La Maestranza entera para ti, al filo mismo donde hiere el arma de la emoción. Sin miedo, como siempre has cantado desde nuestras paellas a la OTI. Coge el capote malva de tus poesías y empieza a portagayola. Sevilla está deseando sacarte a hombros por la Puerta del Príncipe.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado