El fútbol. El fútbol tiene ese no sé qué, como decían en un tierno anuncio navideño, que lo convierte en algo imprescindible para muchas personas.
El fútbol es magia, duende, diversión, orgullo, entrega, sonrisas, lágrimas, amistad, sufrimiento, pasión, amor... todo eso y mucho más. El fútbol es una filosofía de vida.
El aficionado se levanta más contento los días de partido, como si la mañana le hiciera un guiño. Parece que por sus venas corre algo más que sangre. Es el hormigueo futbolero. Una sensación maravillosa que acompaña al que sueña con el gol durante toda la jornada.
Cuando uno se aproxima al estadio, o al bar donde ha quedado con los colegas para disfrutar de ese deporte que también es espectáculo, los problemas son menores, las hipotecas menos duras, las ilusiones más posibles. El fútbol hace la vida más divertida. Las camisetas del ídolo adorado, las bufandas, las banderas, el ruido... todo forma parte de ese ambiente que empieza en cada persona en particular y acaba en la totalidad de los Bernabéu, Mestalla, Riazor, Old Traford o Anfield Road.
El fútbol es un espectáculo social, una euforia colectiva. Una fiesta de masas. El lenguaje de unos cuantos miles de millones.
Un partido son noventa minutos llenos de posibilidades. Que todo pueda pasar dota a esa hora y media de una intriga maravillosa. Sobre el césped dos equipos de gala, veintidós hombres - a veces todavía críos- en los que dos entrenadores han confiado, han depositado sus esperanzas. En las gradas, en las cafeterías, en los salones de las casas, pizzas, cervezas, CocaColas, gritos, abrazos, histeria y tensión. Amistades de toda la vida o amistades de un minuto.
Así es el fútbol: un lujo. Aunque haya quien opine lo contrario...