
Francisco Gallardo (Sevilla, 1958), fue durante dos décadas jugador de baloncesto, cuando este deporte apenas estaba profesionalizado, y luego, durante 12 años, médico del Caja San Fernando. También trabajó de enfermero en un hospital de Bruselas. Su novela, un «on the road» sevillano con divertidos lances sexuales que termina con un concierto de Bob Marley en Amsterdam, huele a alcohol y porros y se desliza por los bares de la Sevilla de 1978, el año en que se aprobó la Constitución y el primer Estatuto de Autonomía.
¿Esa generación que ahora ronda los 50 era tan drogadicta como usted la pinta?
Era una moda, pero se empezaba a ver que la droga no era ningún juego, porque ya estaba muriendo gente. Aquello fue un aviso. Hasta entonces, finales de los 70, parecía que no pasaba nada por consumirlas.
¿Qué hay de ficción y de realidad en este libro?
He jugado con elementos reales y de ficción, pero todo lo que sucede en él podría haber ocurrido. Es muy verosímil.
Como la escribe en primera persona, le iba a felicitar por su increíble éxito con las mujeres...
Esa es la prueba evidente de que no es autobiográfica.
El protagonista, que consume algunas drogas, pero pocas comparado con sus amigos, es un estudiante de Medicina, como usted lo era en esa época...
Sí, he utilizado elementos reales, pero otros que no.
¿Era usted la «oveja negra» de su familia?
No, pero es cierto que en determinado momento, por la posición que ocupaba entre mis hermanos, fui tal vez al que menos se entendía. Pero mantengo una relación muy buena con mi madre y con mi padre la relación fue muy entrañable.
¿Cuando uno acaba de cumplir 20 años tiene el privilegio de la inmunidad?
Uno se cree con esa edad el ombligo del mundo y que todo gira en torno a él. Se unen la inconsciencia y la poca sabiduría.Hay fantasía e ilusión, pero también mucha ingenuidad.
La juventud es una enfermedad que sólo se cura con los años, decía Bernard Shaw...
Es así, pero hay que pasarla. Si no se pasa, no se cura.
Pero también es la edad de la alegría y de la libertad...
Sí, una libertad que no sabíamos muy bien qué era y que era a veces una libertad engañosa y difícil. Pero es un gran descubrimiento la libertad.
Esa es la edad de la experimentación; las 40 dice usted en el libro que es «la edad de los trepas»; los 50, que ahora tiene, ¿qué edad es?
Es la edad de la madurez que sirve por ejemplo para publicar una novela como ésta.
¿Volvería atrás en el tiempo, si pudiera?
He tenido mucha suerte en la vida porque he podido dedicarme a lo que me gustaba: la medicina y el deporte. Y tengo tres hijas. No tengo nostalgia.
La melancolía es la aristocracia de la nostalgia, dice en el libro...
Yo no la tengo.
Dice «la Lola», protagonista de su libro: «No quiero tener 40 años». ¿A usted le pasó lo mismo?
No, afortunadamente.
¿Quedan hombres o mujeres que se enamoren de los pensamientos y no de un cuerpo o de una cara bonita?
Antes había un tipo de mujer y de hombre que tenían una cierta fascinación por las ideas, lo que también dio lugar, todo hay que decirlo, a la especie de los farsantes de ideas...
Seductores profesionales...
Sí, Pero ahora esa fascinación por las ideas ha desaparecido y esa especie también.
¿Los cines de arte y ensayo eran, en realidad, un bodrio?
Había de todo. Algunas pelis eran realmente infumables.
¿Cómo se combate la soledad si a uno no le gustan los perros?
A mí me gustan los animales, pero no hay receta posible contra la soledad. Ni siquiera los libros.
¿La mejor literatura es la del olvido?
Conozco a mucha gente con mucho talento pero que no publica, incluso no escribe, pero dice cosas muy interesantes. La literatura que se hace en el ordenador y que luego va a la papelera, tendría una novela.
Su obra es de muchos diálogos, algunas grandes frases y pocas descripciones. ¿Admira a los escritores sin mucha técnica?
Sí, porque ahora parece obligado pasar por los talleres literarios. Yo fui a uno, pero a veces la técnica puede ser un corsé. Creo que cuanto más libertad, mejor literatura.

