La Asociación para un Trato Ético con los Animales (ATEA) desea hacer un llamamiento a la ciudadanía para que actúe con la máxima responsabilidad en estas fechas de tradición consumista, en lo que a la adquisición de animales vivos como regalo se refiere.
Según cálculos de años precedentes, al menos un cuarto de millón de animales será regalado durante la época navideña. Es evidente que muchos de ellos se adquirirán de forma compulsiva, sin tener en cuenta las consecuencias negativas que para las víctimas tendrá esta acción, sobre todo en el caso de los llamados animales exóticos, bajo cuya denominación podemos descubrir prácticamente a cualquier especie susceptible de rentabilidad económica, sea ésta un reptil, un pequeño roedor, un anfibio o un insecto. A partir del momento de la adquisición, la trayectoria de estos desdichados se repite dramáticamente en la mayoría de las ocasiones. La seducción inicial pronto se torna en pereza al comprobar que el animalito requiere en realidad más cuidados de los que nos habían anunciado en el establecimiento donde se adquirió. Con independencia de su especie, todos tienen importantes necesidades tanto biológicas como emocionales, necesidades que no podrán satisfacer ni de lejos en un ambiente tan restringido y pobre como una pecera o un terrario, en los que apenas pueden guarecerse de la presencia humana, que dicho sea de paso supone para ellos siempre un peligro potencial.
El estrés y una alimentación defectuosa acaba por enfermarles, pero se trata de seres que por su propia naturaleza no consiguen transmitirnos sus emociones de manera tan eficaz como puedan hacerlo otros más familiares como los perros o los gatos. Se inicia así un proceso de agonía que en el caso de algunas especies de metabolismo lento puede durar meses, hasta que al final acaban en el cubo de la basura, regalados a terceros o soltados en un medio natural que no es el suyo. En el primero de los casos, muchas veces aún permanecen vivos cuando son retirados al vertedero. El segundo no suele suponer una mejoría, pues se concibe más bien como una forma rápida de deshacerse de lo que ahora ya es un estorbo, con lo que el periplo no hace sino alargarse. Y el tercer supuesto supone uno de los mayores problemas que hoy existen para el equilibrio ecológico, además de convertir a sus desdichados protagonistas en especies invasoras, una siniestra etiqueta que las distintas administraciones no tienen recato alguno en colocarles, a pesar de que buena parte de la responsabilidad en toda esta situación recae precisamente en los ayuntamientos, quienes están obligados por la Ley 6/1993 de Protección de Animales (única genérica en este ámbito en la CAPV) a exigir cada tres meses a los establecimientos de venta de animales una lista completa de entradas, salidas y datos de los adquirientes. ATEA está en condiciones de asegurar que ni uno solo de los ayuntamientos vascos cumple con este epígrafe, a pesar de lo cual algunos emplean dinero público en organizar eventos precisamente sobre las especies invasoras, teniendo cuidado de ocultar una dejación propia tan inadmisible como la mencionada. Ni que decir tiene que las mismas entidades que incumplen la legislación vigente son las mismas que emplean a continuación expeditivos métodos para controlar las especies que ocupan diversos medios naturales. Lo habitual es que la estrategia pase por la eliminación física (muchas veces empleando burdos métodos también ilegales), con lo que al final vemos cómo una injusticia se reproduce en repetidas ocasiones a lo largo de todo el proceso.
Por lo que hace referencia a los llamados animales de compañía (y a los que desde organizaciones como ATEA preferimos llamar animales bajo tutela), nuestra asociación cree que, como norma general, deberíamos negarnos a ofrecer dinero por cualquier animal. Ellos no son objetos de transacción ni elementos inertes, sino seres sensibles como cualquiera de nosotros, y por lo tanto merecedores de un mínimo respeto. La cuestión se agrava al comprobar que cada día en España deben ser sacrificados varios cientos de perros y gatos ante la ausencia de una alternativa mejor. Con una tragedia diaria como ésta sobre nuestras conciencias, alguien que tenga la imperiosa necesidad de convivir con un animal de compañía debería imponerse la obligación ética de rescatarlo de un refugio para animales abandonados. Si la mayoría de la gente actuara de esta forma, el problema se vería reducido a la mínima expresión. En realidad, vemos que se trata de un fenómeno de índole moral, pero que también tiene tintes matemáticos.
Como protocolo genérico, ofrecemos algunos puntos básicos en cuanto a la convivencia con animales, que se pueden resumir en los siguientes:
Aceptar bajo el epígrafe de animales de compañía tan solo aquellas especies que por su propia historia biográfica ya no tienen un sitio natural en el medio, y que en la práctica se limitan a perros y gatos.
Nunca intercambiar animales por dinero. Ello alimenta una concepción mercantilista de los mismos, y los reduce a meros objetos de consumo. Además, hace que el número de animales sin dueño se mantenga y perpetúa la tragedia.
Si se decide convivir con un animal, adoptarlo siempre de un refugio para animales abandonados o rescatarlo de una situación traumática. La adopción debe suponer siempre un evidente estado de mejora para él.
Este último punto merece un apunte especial, sobre todo después de comprobar cómo a mediados de diciembre, y metidos ya de lleno en la vorágine consumista, el Ayuntamiento de Vitoria organizaba en una céntrica plaza unas jornadas para la adopción de mascotas. Se trata sin duda de una iniciativa en principio loable, pero que ofrece numerosos claroscuros si se analiza con un mínimo de rigor.
En primer lugar, cabe decir que el término mascota tiene un claro tinte peyorativo, como bien asume hoy buena parte del movimiento por los derechos de los animales. Aludir a los animales que tenemos a nuestro cargo con el apelativo de mascotas los reduce en la práctica a la categoría de cosas, de bienes de consumo, con lo que el status de los animales en nuestra cultura se perpetúa, haciendo muy difícil el cambio de mentalidad, que en realidad es a la postre la solución a éste y a tantos otros problemas que sufren los animales en la sociedad humana. Además, la acepción mascota no hace referencia exclusiva a los llamados animales de compañía (las que por su historia evolutiva ya no tienen un sitio natural en el medio) sino a cualquier especie, incluidas aquellas de cuyas costumbres el ciudadano común conoce muy poco, y que acaban siendo víctimas de nuestro esnobismo y de nuestros caprichos consumistas. Es simplemente incomprensible que se siga recurriendo a este horrendo término para referirnos a los animales bajo nuestra tutela, un término obviado de forma consciente y tácita por cientos de colectivos animalistas a lo largo del país.
La triste realidad es que la solución al problema del abandono no viene dada por campañas efectistas para promover su adopción, aunque bien es cierto que este apartado tiene su importancia. Si se incide sólo en este apartado, lo que se está haciendo es maquillar los síntomas y no corregir las causas. Y la causa principal del abandono es una mentalidad mecanicista, que ve a los animales como objetos intercambiables, enseres que podemos emplear y desechar tantas veces como queramos. Las organizaciones que orientan su actividad de manera especial a estudiar este devastador fenómeno identifican en los apareamientos tanto fortuitos como deliberados la causa esencial del abandono. No hace falta decir que el cachorro que hoy nos divierte como juguete mañana supone un estorbo, un quebradero de cabeza que podemos dejar en la perrera municipal sin que nadie nos ponga demasiados obstáculos. Es lo que sucede en el caso de Vitoria, a pesar de que la mencionada Ley 6/1993 obliga a los dueños de animales, entre otras cosas, a mantenerlos en buenas condiciones higiénico- sanitarias, procurándoles instalaciones adecuadas para su cobijo, proporcionándoles alimentación y bebida, prestándoles asistencia veterinaria y dándoles oportunidad de ejercicio físico y atendiéndoles de acuerdo con sus necesidades fisiológicas y etológicas en función de su especie y raza. En definitiva, lo que se espera que haga cualquiera que tenga a su cargo a un ser sensible. Pero si un ciudadano o ciudadana de Gasteiz se presenta en el Centro de Armentia y les indica a los operarios que quiere dejar allí al animal sin otras explicaciones adicionales, nadie le recordará sus obligaciones jurídicas arriba expuestas, de obligado cumplimiento como lo son todas en cualquier Estado de derecho que se precie. Cientos de personas protagonizan cada año escenas como la descrita sin que nadie les recuerde que aquél es un albergue para animales abandonados, es decir, sin dueño conocido, y que el perro o gato que se pretenden quitar de encima no está abandonado: tiene dueño y es él mismo. Permitir que alguien pueda depositar allí un animal de su propiedad e irse a renglón seguido a su casa es no sólo permitir el abandono, sino canalizarlo a través de los servicios municipales, lo que como mínimo constituye una grosería moral inaceptable.
Así las cosas, la esterilización se presenta como uno de los aspectos cruciales a la hora de abordar un problema tan complejo. Al menos es lo que se promulga desde la inmensa mayoría de las sociedades protectoras expertas en el tema. Sin embargo, en las campañas protagonizadas por el citado ayuntamiento se omite este aspecto una vez sí y otra también, como si primara la corrección política sobre el hecho de atajar el problema estrangulando sus causas. En Gasteiz hemos asistido a una campaña impecable desde el punto de vista de la imagen del consistorio, pero nefasta si nos fijamos en los verdaderos protagonistas de la historia. Una campaña de corte blanco pero que genera más dudas garantías.
La invitación expresa que se hacía para adoptar animales precisamente en la época más consumista del año supone un acto de irresponsabilidad sólo achacable a la falsa sensibilidad de esta entidad municipal. Dado que el Centro de Protección Animal de Armentia no pone especiales pegas a quien desee desembarazarse de su animal, mucho nos tememos que más de un ciudadano habrá optado por una adopción de tipo temporal, que durará lo que duren las fiestas navideñas, y que recuerda demasiado a aquellas campañas que precisamente por estas fechas tenían el lema de siente a un pobre en su mesa. El animal hace las delicias de la familia durante unas semanas y luego puede ser devuelto al refugio con absoluta impunidad. A pesar de su evidencia, tenemos que recordar que una adopción irresponsable puede tener y de hecho tiene las mismas consecuencias que una compra irresponsable. Resulta incomprensible la elección de esta época del año para llevar a cabo una campaña como la mencionada, y ello nos orienta sobre las razones últimas del consistorio, más cercanas a la cosmética que a la ética.
