
Lo mejor de esta película está en su primera media hora, en la descripción de nuestro planeta en el año 2156, convertido en un estercolero con una superpoblación que vive en la miseria, respirando una atmósfera cada vez más contaminada y sobreviviendo como puede una vez que casi se han agotado todos los recursos naturales. En este futuro apocalíptico, los más adinerados han abandonado la Tierra y viven con todo el lujo y las comodidades en una gigantesca estación espacial llamada Elysium, un paraíso orbital a miles de kilómetros de distancia, con suntuosas mansiones, vegetación, aire puro y una tecnología sanitaria que cura incluso el cáncer. Todo eso le está vedado a la inmensa masa social que no posee la fortuna necesaria para alcanzar ese estatus.
Es la radicalización del sistema capitalista, el desequilibrio social más feroz, con una minoría que cierra los ojos ante millones de personas que mueren de hambre o de cualquier enfermedad; lo que ya ocurre en el presente se acentúa a mediados del siglo XXII, y en Elysium vemos las claras analogías entre nuestro siglo y el siguiente: una sanidad de calidad sólo para ricos (mientras la muchedumbre se agolpa en hospitales atestados), una atención robotizada a los consumidores (cada vez más indefensos ante la burocracia), y hasta el fenómeno de la inmigración ilegal, con terrícolas que intentan alcanzar el paraíso montando en naves espaciales en vez de pateras.
Una vez descrito ese mundo, rico en detalles y con apreciaciones de guión que nos hacen reflexionar, la cinta se adentra en los vericuetos del cine más convencional, con una trama muy previsible en la que el protagonista está destinado a ser el salvador de la raza humana y acabar con un sistema despiadado. Apenas hay nada original en el personaje de Matt Damon, incluso nos recuerda bastante al de Total Recall (2012) -ambos viven un mundo abigarrado, sueñan con viajar a un lugar determinado, y los dos trabajan en una fábrica de ensamblaje de robots-. Tampoco ayuda a levantar el interés el personaje de Jodie Foster, una ministra a cargo de la seguridad de Elysium, con diálogos de tebeo en los que sólo falta la frase Soy una mala malísima. Todo es muy simple en la estructura narrativa de un filme que podría haber sido una joya de la ciencia ficción, si hubieran sido más rigurosos en la elaboración del guión, pero por desgracia, el hilo argumental y el dibujo de los personajes no están a la altura de la magnífica factura visual y los inteligentes detalles a la hora de contarnos cómo es ese futuro atroz.
Por lo demás, sí hay alguna que otra secuencia de acción espectacular, y el producto entretiene en su mayor parte, aunque veamos venir el final desde muy lejos, sin sorpresas y con todos los tópicos de un happy ending.
Por otro lado, esta es una de esas ocasiones en las que la versión original enriquece la película frente a la versión doblada, ya que en Elysium se hablan varios idiomas, incluido el español, aunque resulta un tanto mosqueante que el castellano sea aquí el idioma de los más miserables, mientras que los ricos hablan en francés.

