
El pasado sábado de Pasión, víspera del Domingo de Ramos, como preludio de la entrada perpetua del Hijo de Dios en su vida, con las primeras luces de la mañana, expiraba en una sencilla habitación de este, su querido hospital San Juan de Dios del Aljarafe, nuestro querido Hermano Francisco Simón a la edad de ochenta y cuatro años. ¿Quién no ha visto alguna vez al Hno. Francisco por las calles de Sevilla, o en el autobús urbano, o peregrinando de habitación en habitación visitando a los enfermos ingresados en los hospitales donde residía?. ¿Quién no se ha percatado de ese religioso pequeño de estatura, pero con un gran corazón y una talla espiritual muy similar a la de su padre-fundador San Juan de Dios?. Hace la friolera de treinta y nueve años que fue destinado como limosnero a la capital hispalense. Su persona formaba ya parte del ambiente y el entorno de Sevilla. No era difícil encontrárnoslo por cualquier rincón de una calle o barrio sevillano. Su presencia era inconfundible, con su hábito y su cartera haciendo juego con la citada santa librea, su ágil porte al caminar, su natural buen humor Desde la calle Asunción a Rochelamber, desde el Cerro del Águila a Torneo , se movía de un sitio a otro con sus recibos meticulosamente ordenados, los cuales iba cobrando a sus bienhechores consciente de las muchas necesidades que había que cubrir. Así, día tras día, hiciese frío o el termómetro se disparase por la parte alta. Allí estaba él, sonriendo, charlando con todas las personas que se le acercaban para saludarlo y pedirle algún consejo. Allí estaba él, evangelizando a tiempo y a destiempo; con sus chascarrillos, sus consideraciones, con sus abrazos Allí estaba él, acompañando a tantas personas que se hallaban en sus hogares enfermas o en la más triste soledad. Su presencia confortaba y hacía pensar. ¡Qué fuerza interior la de este gigante de la Hospitalidad, el cual -a mucha honra- no se cansaba de proclamar su pertenencia a la familia del padre de los pobres, San Juan de Dios!. Sí, un hijo digno del que todos tendríamos mucho que aprender. Como el santo de Granada, el Hno. Francisco no cesaba de pedir limosna por amor a Dios. Con una mano pedía a las personas acomodadas, con la otra repartía entre aquellos hermanos nuestros más necesitados. Y todo en silencio, sin que nadie supiésemos los recibos de luz, de alquileres, de medicamentos que fue abonado a esas tantas personas indefensas y faltas de recursos para subsistir decentemente. Años atrás la razón de sus esfuerzos mendicantes estaban orientados a la atención socio sanitaria de los niños afectados por la poliomielitis; más tarde sus esfuerzos se centraron en la obtención de recursos para mejorar la calidad asistencial de aquellos pacientes que ingresaban en el hospital de Nervión en fase terminal; y últimamente estaba muy ilusionado con la apertura en breve del comedor social que los Hermanos pondrán en marcha D.m. en la sevillana calle de Misericordia. Pero el Hno. Francisco, al igual que su Fundador, tenía claro que la limosna en sí no es más que un medio: Hermanos, haceos bien a vosotros mismos dando limosna a los pobres, pregonaba por las calles granaínas Juan de Dios. Se nos ha ido el Hno. Francisco, el limosnero de Dios. Se ha marchado para siempre una parte de la Sevilla barroca, de la que huele a incienso, a cera y a azahar en este trance del adiós. Se ha marchado un apóstol de la caridad, un auténtico hermano del bendito Juan de Dios. Casi sin hacer ruido, así se fue, como vivió, sencillamente, libre de ataduras. Con las claritas de un día 27 de marzo, vísperas -como dijimos- de un esplendoroso Domingo de Ramos, rodeado de sus hermanos de Comunidad, un nuevo santo de la familia hospitalaria de San Juan de Dios, decidió saltar sin miedo a la otra orilla en la que le esperaban en un ambiente de fiesta Pascual, las manos amorosas del Padre con la corona de gloria que no se marchita. Descansa en paz, Hno. Francisco.

