JOAQUÍN MOECKEL
Si se pudiera, uno se matricularía en Joaquín Moeckel: una especie de asignatura o máster que permitiera convivir unos meses junto a él, un tiempo de observador meticuloso de las actitudes de un hombre bastante peculiar. Sería una matrícula de esponja, de hambre de aprender más datos vitales sobre el arrojo y la valentía del ser humano. Y, en la medida de lo posible, hacerte siquiera con las reacciones de una inteligencia a raudales y poco común. Ignoro si se ha sometido alguna vez al examen de su coeficiente intelectual, pero el dato sería asombroso. Tiene tantos reflejos que montado en un coche de choque no le rozaría la goma de los demás.
