Laguilda Obscénica "va más allá de los límites " en el expectáculo que estrenará el Festival Internacional de Danza de Itálica
Se representará las noches del 9 y 10 de julio en el Monasterio de San Isidoro del Campo

Después de publicar Algo se muere en el alma, la correspondencia innumerable de los lectores me ha sorprendido. Me ha sorprendido porque siempre soy muy consciente de lo difícil que es contar Sevilla. La razón parece estar, por lo que dicen, en que no hay una sola Sevilla, sino muchas, tantas como en cada uno de nosotros. Puede. Pero no me voy a enredar ahí. Ya es querer saber demasiado. Y ya es mucho sacar a flote la mía propia, como para descifrar encima la de los demás. Es otro enigma que sumar a los que de por sí tiene una ciudad enigmática por naturaleza. Así que me alegra cuando coincido en algo siquiera de Sevilla con tanta gente, cuando localizo por este diario a cientos de personas con las que me reúno a sentir lo mismo. Y me halagan al agradecerme que, como afirman, sepa decir lo que ellos llevan dentro y no saben sacar hacia afuera. Me dejan con la sensación de haberles provocado involuntariamente una terapia de desahogos y expresiones que les hubieran sido muy necesarios. Una de esas personas se llama Antonio Carroquino, y se las gasta así conmigo: Ole ole y ole. Qué bien escribes, Pepe, y qué bien entiendes Sevilla.
Una de las más valiosas experiencias que pueda tocarte en el mundo artístico es trabajar junto a Pascual González, que tengas la suerte de que al líder de Cantores de Híspalis se le ocurra que colabores con él. Yo la tuve.
Creo que fue decisivo el día en que escribí una canción con ese nombre. Fue decisivo porque a partir de entonces mis padres vieron de otra manera que quisiera ser cantante y meterme en el complicado mundillo de la música.
Aquel a quien me encuentro por las páginas de Facebook enviando un comentario después de leer mis añoranzas por Pepe Perejil. Aquel que escribe lo de entrañable, sí señor, no es otro que José María Maldonado. Me está honrando con su tiempo y su palabra uno de los compositores más importantes que haya tenido Sevilla, que tiene Sevilla. Aquel a quien me presentó Alberto Schlater una tarde de hace montones de primaveras, cuando estaba sentado en una silla de tijeras de aquellas color naranja, tirando a butano, de la Plaza Nueva. Tomaba el sol y el aire aquel que dice que nos dieron a luz donde la luz merece la pena verse. ¡Ole tus huevos! Aquel que me enseñaría a escribir palabrotas en las canciones cuando el corazón se te pone bravo y la vida se ha abierto de capa para que la embistas.