Salvo en los retratos, algunos fondos de paisajes y abstracciones dibujísticas o pictóricas que se intuyen/insinúan en algunas de sus obras, no puede argüirse que GOYA siga o ni siquiera se inspire lejanamente en la Naturaleza como tal, entendida esta como una copia fiel de lo que se tiene por delante. Ni realista, ni mucho menos hiperrealista, la Naturaleza en él será interpretada casi siempre de manera idealista.
Todo eso que se afirma de los cielos de VELÁZQUEZ, los rompimientos expresionistas, los dramáticos de EL GRECO, el Naturalismo de los italianos o la aspereza de los nórdicos, se da muy escasamente en el maestro aragonés que tiende más en ellos al Romanticismo y al idealismo, y salvo aquellas excepciones que captan los jardines de La Granja, cualquier escenario palatino o los alrededores y afueras de Madrid, como pudiera ser la Pradera de S. ISIDRO (donde nos dejará uno de sus conjuntos más abismales de su producción), va a recurrir a desestructurarlos de la misma manera con que “construye” –y muchas veces deconstruye- sus personajes.
Los paisajes de GOYA han sido objeto de numerosos estudios en profundidad, pero aquí y ahora quiero detenerme en ellos, en los finales, en el modo de resolver los últimos y escalonados planos hechos con tonalidades suaves, que reducen su intensidad según la lejanía hasta confundirlos con el celaje.
Los paisajes “inventados” pueden ser reales como insinuamos antes, pero sobre todo son lugares abstractos o neutros donde disponer a las figuras, entre ellas los retratos. La realidad, la belleza (como vimos en el anterior artículo), es algo que no le interesa, sino los aspectos de la personalidad, en el estatus, en el conceptualismo a la hora de definirlo en sus entornos.
GOYA no tiene por qué agradar. Es y perdóneseme el término, un lacayo más entre los muchos que pululaban entre la realeza, el clero alto y la nobleza. Se trataba de cumplir con un encargo y por ello debía adscribirse a él, limitarse a dignificarle en cualquier caso.
Sólo en los que formaron parte de su círculo próximo (JOVELLANOS, el actor MAIQUEZ, las Duquesas de ALBA u OSUNA, …), se nos muestra más cercano y hasta simpático advirtiendo que esto es a nuestros ojos, porque considerando la Galería de retratos que nos dejó, la mayoría muestran una esbeltez que pudiera parecer incluso severa. Desconozco si esta división entre los “más alegres” si es posible considerarlos así, y los de mayor distancia, obedece a su simpatía hacia ellos, a la jerarquía/etiqueta impuesta por el cargo o por la época, o a condicionamientos del cliente.
Soy consciente de que una división así –entre sus retratos simpáticos y los que no son tanto- sería considerada un tanto arbitraria, porque lo estaríamos juzgando desde nuestros criterios, muy alejados de los modos de representación de entonces y de los oficialismos del cargo. Los Reyes actuales, ministros, académicos, altos cargos militares, abogados, notarios, médicos,… de hoy, se muestran más directos y cuando escenifican una cierta grandeza, suelen ser objetos de opiniones contraria entre expertos y público, esto es, la sociedad contemporánea que no admite ya tanto fasto escenográfico.
A pesar de esto, me encantaría encargarme de analizar o siquiera observar ligeramente, las expresiones, las miradas complacientes, cómplices, comprensivas e incluso compasivas de algunos retratados y las despiadadas –aparentemente- de otros.
La evolución desde la felicidad que desprenden los cartones, algunas de sus obras de juventud sin tener en cuenta la influencia de MENGS, de los BAYEU, ni de TIÉPOLO o de GIAQUINTO, ni la de cualquiera de sus coetáneos y maestros del pasado de los que tanto aprendió, de los impresionantes fresquistas, pintores de caballete, grabadores, etc. cuyas obras pudo conocer personalmente cuando vivió en Roma, y prolongar esta evolución con todas sus fases intermedias, hasta sus años finales en Burdeos, se me hace desde luego necesaria. Ver cómo ha ido ensombreciendo su paleta, como ha ido iluminando determinadas partes, como se ha ido alejando del costumbrismo, hasta llegar a ese más allá del impresionismo (velazqueño) y expresionismo grotesco de los pintores y escultores que junto a él integraron esa 1ª Academia romana, procedentes de cualquier rincón o ciudad de Europa incluida Alemania. Llegar a la anulación total de la realidad, a la geometría pura, a la no figuración, al Arte Puro.
Titulé este texto como “la invención de GOYA” porque al fin y al cabo cada uno tiene su idea del genial artista. Lo hice en esta ocasión, por su manera de interpretar esos paisajes evanescentes e irreales y por sus diferentes rostros, cuerpos, poses y actitudes, en esa triparticidad que formamos el autor, su modelo y nosotros. A la invención propiamente dicha, a su descubrimiento y deslumbramiento espero dedicarle otro día, porque confieso que aunque todo lo que se dice aquí es cierto, no menos es la invención que hago con él, con sus placeres y sufrimientos, con todos los mundos que conoció y con todos los que conoció en una sola vida. Una sola vida que no basta y se desborda. (Continuará)
TERESA LAFITA