José María Rojas-Marcos, capataz del Amor y la Esperanza, hizo este Domingo de Ramos su más dolorosa estación de penitencia mandando los pasos de la colegiata del Salvador, sólo horas después de que falleciese su madre doña Ángeles Castelló Pacheco. Mientras su cuerpo era velado, el buen capataz proclamaba en silencio que sólo en el Amor de Cristo todo se explica y que solo en el Socorro de su Madre se halla consuelo y esperanza.

No quiso ser sustituido, sabedor de que en tan duro trance era necesario estar más cerca que nunca de la canastilla del Crucificado muerto, ese que de frente golpea amorosamente las conciencias y al irse nos deja el impactante pelícano abriéndose el pecho para alimentar a sus crias. No cabe más Amor en la primera de las noches santas de Sevilla, ni más necesidad de Socorro en la primera noche sin una madre.

Sucedió en la calle Chapineros ya de regreso la cofradía, cuando el paso de la Virgen se detuvo ante el colegio de abogados para recibir la tradicional ofrenda floral, que no en vano en las cartelas que flanquean al Cristo se lee “Amor y Socorro para los encarcelados”. Memoria de los orígenes de la hermandad y presente de esos profesionales de la Justicia.

Iluminados por la candelería, en voz baja un pésame tan sentido como escueto: “Ya está con Ella, José María”. Y la contestación exacta: “Ella lo ha querido”. Abrazo en las miradas apenadas de auténticas condolencia. Todo con la discreción necesaria en los momentos importantes, sin que nadie se diera cuenta.

Fue entonces cuando el capataz quedó solo y absorto mirando a la Virgen del Socorro, de madrugada y con la estación de penitencia ya cumplida. Sólo quien le había dado aquel pésame se percató de que José María, doblemente vestido de negro, con el alma enlutada y el corazón lleno de Amor, miraba fijamente los ojos de la bendita imagen y hablaba con su Madre y también con su otra madre difunta, que ya ambas le consolaban desde el cielo.

Esa silenciosa oración pareció durar una gozosa eternidad aunque apenas fuese un minuto. Era la verdad de nuestra fe y de nuestra esperanza. Hasta que el dolorido hijo despertó de su ensoñación y llamó al martillo. En sólo unas horas, en la Madrugá de Sevilla, ese buen capataz arriará otro palio en ese mismo lugar. Le rezaremos nuevamente a la que es Madre de Dios y Madre nuestra. Pero entonces ya todo será Esperanza Macarena, en cuya bellísima mirada siempre se acaban rompiendo todas las penas.

José Joaquín Gallardo es abogado